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Bucaramanga
Sábado 20 de junio de 2020 - 12:00 PM

Así ocurrió el robo del siglo en Bucaramanga

Hace 22 años ocurrió el robo a la empresa transportadora de valores Brinks en Bucaramanga. Utilizando tecnología novedosa para la época y construyendo un túnel por debajo de varias casas, los delincuentes ingresaron a la bóveda más custodiada de la región. Qué pasó con los autores del robo del siglo Vea un nuevo capítulo de Expedientes de Prensa.

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Dicen que no hay nada más parecido al infierno en la tierra que un túnel. A las dos de la mañana la boca de ese socavón llegó al sitio marcado. Las picas y palas tocaron el concreto fortificado. Procedieron entonces a romperlo. Antes, ‘los topos’ tuvieron que extraer 153 toneladas de tierra, sin que medio barrio San Francisco de Bucaramanga se enterara. En ese momento, con precisión de cirujano, esa madrugada de lunes, la cámara de la bóveda empezó a moverse a la izquierda. Ocurrió justo en el instante cuando levantaban la primera baldosa. La escena se ocultó.

Solo tres personas estaban de turno en las instalaciones de la transportadora de valores Brinks, ubicada en la carrera 16 N° 17-55 de Bucaramanga. Se les conocía como gariteros, vigilantes de la bóveda, donde bancos y empresas guardaban su dinero. El expediente relató que ninguno de ellos tenía posibilidad de llegar, en ese turno, de forma normal a la sala de control de cámaras de televisión. De noche, este lugar permanecía aislado bajo la protección de cuatro alarmas calóricas, que detectaban a cinco metros personas u objetos. Además, estaban conectadas con la central de vigilancia de la empresa en Bogotá. Por último, para llegar a este lugar se debían atravesar cinco compartimientos completamente herméticos, que se iban abriendo uno a uno.

Pero alguien, esa madrugada, llegó hasta el cuarto de control. Anuló el sistema de alarmas, giró la cámara de la bóveda y vigiló que una persona de contextura delgada pasara por un hueco abierto de casi un metro de diámetro. Por ese orificio en casi tres horas de movimiento continuo pasaron exactamente 10 mil 141 millones 903 mil 319 pesos, en billetes de varias denominaciones de los cuales no se tenía registro de su serie. Además, varios lingotes de oro avaluados en ese entonces en $35 millones.

Se conocería después que el piso de la bóveda mantenía dos alarmas antisísmicas, precisamente para detectar tentativas de saqueo por túneles. Estos sistemas se activaron diez veces esa madrugada, pero extrañamente nadie nunca las advirtió.

Un tercer sistema de alarmas se reportó cinco horas después de abrir el hueco. El entonces comandante de la Policía Metropolitana de Bucaramanga, general Tobías Durán Quintanilla, explicó que a las 7:59 a.m. se activó una alarma y dos patrulleros del CAI San Francisco llegaron a las 8:01 a.m. a la entrada del búnker de la Brinks. Tres empleados de la compañía los atendieron, dos uniformados y uno de civil, y les dijeron que no había pasado nada, al tiempo que les prohibieron el ingreso a los policías.

“Los agentes se retiraron, pero al rato se informó que la bóveda estaba trancada y desocupada. Tenemos antecedentes consignados en libros, de que al pasar revista nuestro personal no fue atendido cuando en el panel de la Estación Cien (de la Policía) se disparaba la alarma de la Brinks, pero al enterarnos de lo que nunca se creyó que iba a pasar, personal de la Sijín y de inteligencia obtuvo licencia para ingresar...”, relató en su momento el general Durán Quintanilla.

Sin embargo, se debió sortear otro problema. No se podía abrir la única puerta de hierro macizo que daba acceso a la bóveda del dinero. Los técnicos locales de la Brinks tampoco lograron ingresar. Fue necesario traer expertos de Bogotá. Solo a las 4:00 p.m. las autoridades ingresaron. Con asombro verificaron que estaba vacía. En el centro estaba el hueco, la boca del túnel.

Solo 14 horas después investigadores de la Policía, acompañados por un experto en explosivos, como medida de protección, ingresaron por la única pista por donde escaparon los autores del robo del siglo en Bucaramanga. Ya era una certeza. No había nada más parecido al infierno en la tierra que ese túnel.

Los hombres de ley a ciegas descendieron por el túnel. El silencio les estalló en la oscuridad. Removieron con sus pasos el barro estancado en su interior e intentaron verlo todo bajo la luz de las linternas. Contaron 104 pasos de un pasadizo que tendría 80 metros de longitud, un metro y medio de alto y 140 centímetros de ancho. Sus muros de tierra color café estaban fortificados por bloques de madera de muy buena calidad, acomodados como se arman en los socavones de las minas. Poco a poco una ciudad incrédula, donde el robo de mayor cuantía había sido de $100 millones en Centroabastos dos años atrás, se enteraba de la noticia.

Cuando volvieron a salir, los investigadores narraron que se trataba de una muy buena estructura, poseedora de un sistema de ventilación. Al otro extremo se encontraron con una placa de hierro, que fue imposible de abrir. Tal condición obligó al grupo de policías a orientarse en la calle. Los cálculos llevaron en minutos a un inmueble ubicado en la carrera 17 N° 16-02. Vivienda esquinera, en cuya fachada se leía “Lubricantes El Encanto”.

La casa estaba cerrada, por lo que se debió recurrir a una detonación de una pequeña carga de explosivo en las puertas de la calle. Este procedimiento se reforzó con el uso de porras y destornilladores para abrir tres portones en hierro.

En la entrada se encontró una cárcava o foso que se emplea en talleres de mecánica para reparar vehículos. Al fondo se observó un zarzo con una cama y a la derecha otro salón que sirvió de cocina con baño. En este lugar se halló una pequeña mesa de madera, una estufa de dos puestos para gas propano, un cilindro de 40 libras y una veladora encendida.

Pasaron 20 minutos hasta que el Jefe de Inteligencia de la Policía encontró un friso recién hecho en la ducha. Al excavar sobre unas cuantas baldosas de granito descubrió que en una de ellas tenía pegada plastilina, lo que permitía su remoción. Bajo esa baldosa se encontró un tornillo sinfín, que al ser girado facilitaba que el piso del baño fuera bajando hasta dejar abierta la boca del túnel.

En los registros aparecía como propietario de la vivienda Jairo Garcés Rueda, quien la adquirió el 10 de julio de 1997, once meses atrás, por $30 millones. Jairo acababa de llegar de Medellín. Aquí montó un almacén de lubricantes en compañía de Liliana Castro, también procedente de Antioquia.

De Jairo Garcés Rueda se conoció que además del millonario robo estafó a varios comerciantes de la ciudad, comprando electrodomésticos a crédito, firmado letras de cambio y estampando a medias su huella digital para no ser identificado. Incluso el 11 de diciembre de 1997, seis meses antes del robo, este sujeto hipotecó la casa en $17 millones en efectivo. Dinero que, entre otros, nunca pagó. Un par de meses atrás, en el Juzgado Noveno Civil se radicó una solicitud de embargo por el no pago de la hipoteca. Proceso que literalmente se “empapeló”.

Helman Villamizar Daza, periodista de Vanguardia y actual editor de Q’hubo que cubrió el asalto a la bóveda de la Brinks, considera que este es el robo del siglo, por encima del hurto al Banco de la República en Valledupar, que tuvo una desventaja para quienes lo cometieron. “Allí había una cantidad de papel moneda sin el número serial. Para ellos fue un robo en vano porque los billetes no habían salido a circulación...”.

Villamizar Daza recuerda que le impresionó la construcción del túnel luego de recorrerlo. “Cuando entramos había tubos de PVC por donde mandaron el cableado. Había ventiladores. El suelo era el barrial más intenso. Encontramos tiradas las fajillas que decían $100 mil, $500 mil, utilizadas en los bancos para envolver el dinero. Tuvo que ser gente muy experta. Nunca rompieron un tubo de agua o alcantarillado que los delatara. Se aseguró que trajeron mineros expertos de Segovia, Antioquia”.

Este periodista y cronista no olvida que los investigadores informaron que del zarzo de ‘El Encanto’ “tenían armado una especie de vestidor en madera. Eran unas tablas que construyeron como habitación. Detrás de esas tablas se encontró un roto por donde ellos miraban y utilizaban un GPS para llegar a la bóveda”.

Cuando los vecinos se empezaron a preguntar por qué salían tantas volquetas de ‘El Encanto’, la pareja afirmaba que se trataba de unas remodelaciones para un taller para mantenimiento de carros y que la arena se vendía en Lebrija. Sin embargo, algunos residentes de esta zona, principalmente poblada de talleres de mecánica, recuerdan haber escuhado ruidos extraños, especialmente en las noches.

Raúl Ardila, quien vivía junto a ‘El Encanto’, aseguró en su momento que “ahora que se destapó la cosa le encuentro razón a los golpes y ruidos que se oían todos los días. El tipo que siempre vimos ahí era alto, moreno y barba estilo candado. Hacían cosas raras y no entendíamos por qué tanta inversión a ese local...”.

Helman recuerda que entrevistó a varios residentes de la zona quienes “afirmaban que las ratas del barrio debían ser enormes, porque sentían mucho ruido debajo de las casas en la noche. Nadie se imaginaba que por debajo lo que había era un ejército de mineros...”.

Se presumió que esos hombres eran dirigidos por el dueño de la casa: Jairo Garcés Rueda, quien cometió un único error, que lo llevó a su detención. En una de las tantas letras con las que estafó, estampó su huella digital a la perfección y fue identificado. Su verdadero nombre es Orlando de Jesús Urrego Cossio. Igual ocurrió con su compañera Liliana Castro. Su verdadera identidad es Martha Irley Jaramillo Tabares. Ambos fueron vinculados por las autoridades a la banda delincuencial ‘La Terraza’ de Medellín.

A ellos se les relacionó con Humberto Serrano, un comerciante de artículos de contrabando de Bucaramanga. No hay que olvidar este nombre. Él parece ser la génesis del llamado robo del siglo, cuya suerte 22 años después parece oprime el pecho y dificulta la respiración de la justicia. Dicen que no hay nada más parecido al infierno en la tierra que un túnel. Corrección. No hay nada más peligroso en la tierra que un túnel patrocinado por la delincuencia organizada, que cobra con la muerte.

Un día después de conocerse el robo a la bóveda de la Brinks se registraron dificultades en algunos cajeros electrónicos de Bucaramanga, debido a que no pudieron ser surtidos con dinero. Se conoció que algunas entidades bancarias, para hacer menos traumática la jornada, tuvieron que depositar efectivos de sus bóvedas, mientras que la Brinks informaba que gestionaba recursos desde Bogotá para tener nuevamente dinero en efectivo que resguardar.

Esa noche, dos días después, Juanito Cabrera, uno de los vigilantes de la Brinks apareció degollado en los baños de las instalaciones de la Sijín en Bucaramanga. Inicialmente se dijo que se habría suicidado con una lata de crema dental. Luego Medicina Legal verificó que se trató de un homicidio. Juanito murió desangrado antes de llegar al entonces llamado Hospital Universitario González Valencia. ¿Qué sabía del robo? ¿Quién ordenó su muerte? Dos décadas después las dudas no se callan.

Un mes después, poco a poco empezaron a caer algunos de las personas que participaron en el robo de siglo. Pero en este país del Sagrado Corazón de Jesús, no todos terminaron en la cárcel. En agosto fueron capturados Orlando de Jesús Urrego Cossio, alias Jairo Garcés y Martha Irley Jaramillo Tabares, alias Liliana Castro. Fueron vinculados un arquitecto y un topógrafo que prestaron sus servicios para diseñar el túnel. También, en un bar de Medellín un sujeto alicorado narró su participación en el robo de la Brinks Bucaramanga, sin saber que un agente del orden escuchaba su relato. Luego de hacerle inteligencia fue capturado.

En Bogotá fue asesinado Fernando Gutiérrez, exjefe de seguridad de la Brinks en Bucaramanga, quien salió del cargo dos meses antes del robo. El 15 de diciembre de 1998, la esposa de uno de los vigilantes de la Brinks se lanzó del edificio de la Cámara de Comercio de Bucaramanga. Tenía 33 años y estaba bajo tratamiento siquiátrico. El garitero salió libre un mes después del suicidio de su esposa.

Uno de los crímenes que dio luces sobre los cerebros del robo fue el homicidio de Héctor Oviedo o Raúl Osorio. Según las autoridades fue el puente entre Humberto Serrano Durán y la banda La Terraza. Serrano Durán, un comerciante de Bucaramanga de artículos de contrabando, es señalado de idear el robo del siglo. Él convenció a Elkin Mena Sánchez, jefe de la banda delincuencial en Medellín, de patrocinar con $200 millones el costo de la operación.

Tres meses después del robo, el 20 de octubre de 1998, Jorge Peña Jerez, alias ‘El Coqui’ fue sacado por hombres encapuchados de la finca ‘El limoncito’, en Sabana de Torres. Apareció muerto luego en carretera. Este hombre fue señalado de ser el jefe de excavación del túnel y le rendía informes a Humberto Serrano Durán, quien se presume salió esa mañana en una camioneta con el dinero para luego ser repartido fuera de Bucaramanga. Se han procesado unas siete personas y se ha recuperado un poco más de $200 millones. Los cerebros y financiadores del robo del siglo no tocaron nunca la cárcel. Para la justicia, la acción penal por este robo ya prescribió. Nadie puede ser procesado. Dicen en Bucaramanga que no hay nada más parecido al infierno de la impunidad que se vuela por un túnel.

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Publicado por Juan Carlos Gutiérrez

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