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Domingo 07 de marzo de 2021 - 12:00 PM

Dónde está la pequeña Tatiana, desaparecida en la avalancha de Piedecuesta

Su hermano de cinco años murió. Su mamá de 24 años murió. Su hermanito de 8 meses sobrevivió. Su padre también. La avalancha destruyó su casa. Ella, de dos años, no aparece desde la emergencia de hace un año en Piedecuesta. Dos personas más, de 32 y 68 años están desaparecidas desde hace 402 días. Esta es la historia de una familia. De los que murieron. De los que quedan vivos. De los que en vida parecen morir todos los días ante la ausencia.

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Miguel Vergel / VANGUARDIA
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Miguel Vergel / VANGUARDIA

Fue la madrugada del 26 de febrero de 2020. Faltaban 10 minutos para la una de la mañana. El sonido de un celular rompió inusualmente el silencio de esa madrugada. María Eugenia Celis, de 55 años, dormía con su esposo. Descansaba de las jornadas martillando y armando guacales en madera por encargo de las avícolas de la zona. A las cinco de la mañana debía estar de pie para acudir a su trabajo. María Eugenia abrió los ojos. Tomó el celular. Identificó el número. Era una llamada de su hija. ¿A esta hora? Se preguntó inquieta. Contestó y la llamó por su nombre.

- Ingrid...

- No. Suegra, páseme al suegro...

María Eugenia encendió la luz de la habitación. Despertó a su esposo y le pasó el teléfono como lo pidió afanado Fabián Andrés. Se trataba de un joven empleado de una granja avícola de Piedecuesta con quien su hija se fue a vivir hace nueve años, cuando Ingrid tenía 15 años. De esa relación tuvieron tres hijos, de cinco y tres años, y un bebé de ocho meses.

- ¡No!

El grito fue desgarrador. Levantó a todos en esa casa ubicada en la vereda Rayitos de Lebrija. María Eugenia instintivamente le quitó el celular a su esposo y preguntó con el corazón latiendo muy rápido.

- ¿Qué pasó Andrés?

- Suegra. Una avalancha se llevó a Ingrid y a los niños...

Me voy con Andrés

Una noche, pocos meses antes de cumplir los 15 años, Ingrid le contó a su mamá que esa tarde conoció un muchacho, quien trabajaba subido en una volqueta de una de las avícolas de Lebrija.

- No. No me salga con esos cuentos...

María Eugenia le advirtió a su hija tajantemente que no toleraría que tuviera un novio. Para esta mujer del campo ella era muy joven para los menesteres del amor en pareja. De sus cinco hijos, para esta mujer de ojeras marcadas, Ingrid fue la tercera en nacer y la de mejor genio, según explicó María Eugenia, porque siempre se dejaba hablar.

- ¡No, mami! Somos amigos.

Con lo que no contaba Ingrid es que su hermana menor, como un radar certero y que esa tarde la acompañó, la delataría.

- Mami, Ingrid le llevó al muchacho limonada a la carretera.

En septiembre de 2013 Ingrid cumplió los 15 años. Su familia le realizó una celebración, a la que fue invitado Fabián Andrés. Cuatro meses después, en los primeros días del nuevo año, cuando María Eugenia regresó una tarde de trabajar con los guacales de madera rugosa, se encontró con la sorpresa que Ingrid ya no estaba. Sus pocas pertenencias. Su ropa la sacó de la casa. Se fue con Fabián Andrés.

- Cuando llegué, no la encontré, pero a los ocho días regresó.

Ingrid le pidió a María Eugenia que si le daba almuerzo. Le contó que estaba viviendo en donde los padres de Fabián Andrés, pero que allá cocinaban a leña. A Ingrid no le gustaba el sabor de la comida así, pero ella por amor, decía, lo soportaba con resignación.

- Yo no le dije nada. Ya había cometido el error. ¿Qué se podía hacer? Cuando a ellas les gusta alguien, uno como mamá pierde todo el año.

En la tarde Ingrid se despidió de la mamá y hermanos. Antes de salir pidió si le podían regalar algo de galguerías. María Eugenia le empacó, además de galletas y dulces, un “Dios me la bendiga”, agarrado de un “cuídese mucho”. Al poco tiempo Ingrid quedó embarazada. Su primer hijo lo llamó Andrey Fabián. Luego llegó Tatiana y a los pocos meses Dylan. Sus días como pareja transcurrían entre las labores en la avícola y el cuidado de los tres niños en Lebrija.

Para octubre de 2019 le ofrecieron un trabajo a Fabián Andrés en una granja avícola ubicada en la vereda Guamito de Piedecuesta. El hombre aceptó e inicialmente se fue solo. En Lebrija vivían ya en una casa propia en zona rural con Ingrid. Cuando ella visitó a su mamá por ese tiempo, le confesó que extrañaba mucho a Fabián Andrés y que se iría con él a Piedecuesta. Dejaría la casa en Lebrija por ir detrás del padre de sus hijos.

- Mami. Yo me voy.

- No. Quédese mejor aquí en Lebrija. Es mejor.

- Es que allá Andrés tiene que pagar comida. Está solo y no tiene quién le lave la ropa...

Ingrid no lo pensó más. Tomó su ropa. A sus hijos y se fue a vivir con Andrés a Piedecuesta. Fabián Andrés consiguió que le dejaran una casa al lado de una quebrada que pasaba por el sector. Si bien tenían algunos problemas como pareja, los tres hijos los unían para pensar en futuro en pareja por muchos años.

- Mami, el sitio es bonito y pasa una quebrada cerca de la casa.

- Tenga cuidado con los niños y esa quebrada.

- No hay que preocuparse. El agua da solo hasta los tobillos. Así le respondió a María Eugenia cuando hablaban por teléfono celular. Verse era muy difícil para estas dos mujeres.

La avalancha

El agua no paró de entrar. Lo mojó todo. Subió de nivel en minutos. Llegó a la altura de las camas. Quisieron salir. No pudieron. No supieron por qué. Fabián Andrés intentó mover la puerta de entrada a la vivienda. No pudo. Ingrid trató de calmarse. Trató de calmar a los niños. Quisieron salir y no pudieron. Se desesperaron. No supieron qué bloqueó la puerta. Afuera sintieron como algo muy fuerte golpeó las paredes de la casa. Cada vez fue más fuerte. Miraron las paredes. No estaban tan firmes. Con cada golpe se movían. Quisieron salir. No pudieron. Fabián Andrés movió un poco la puerta. Alcanzó a ver algo. La quebrada fue río. Lodo. Troncos. Maleza se movió con el agua como jauría de lobos destrozando todo a su paso. Afuera estaba oscuro. Lo intentaron. Quisieron salir. No pudieron.

Fabián Andrés tomó la decisión de subir a sus hijos en la parte superior de un armario para protegerlos del agua. El agua siguió entrando. Troncos y rocas siguieron juntándose con fuerza contra la vivienda. La asfixiaban. Quisieron salir y no pudieron. Ingrid rezó por sus hijos. Ingrid no sabía nadar. Fabián Andrés les dijo que la tormenta pasaría. Las piedras aplastaron cada vez más las paredes. Como huesos que se rompen, los ladrillos cedieron. Los troncos cayeron unos sobre los otros. El agua entró con mayor fuerza. Quisieron salir. No pudieron. En un segundo, antes del fin, se miran. Respiran agitados. Luego escucharon un estruendo. Una especie de última ola los golpeó con la fuerza de mil trenes. La casa se cayó. La avalancha se los tragó. La avalancha los ahoga. La avalancha les parte unos huesos. Llovió un sonido a trituradora, pareció infinito. Estaba oscuro a las once y media de la noche. Pasaron unas horas para conocer que cinco horas de lluvias, ese 26 de febrero, ocasionaron los desbordamientos de las quebradas Grande, El Boquerón, El Cafetal, y los ríos Manco y de Oro y causaron la muerte de cinco personas y dejaron a 2.457 familias damnificadas.

El barro arrastró a Fabián Andrés unos 30 metros. La fuerza de la corriente fue benévola con él. Lo lanzó contra una zanja de donde logró salir. Gritó. Volvió hacerlo. Gritó con la fuerza que le quedaba. Ni Ingrid, ni sus tres hijos respondieron. Cubierto de lodo, no sabía qué hacer. Se preguntó cómo ocurrió esto. Unos minutos atrás arropó a sus hijos. Ahora no sabía dónde estaban. Gritó, pero la respiración era áspera. Volvió a hacerlo. Le costó trabajo levantarse. Los huesos de sus manos. Su rostro. Todo su cuerpo estaba forrado de la impotencia que deja el barro.

¿Dónde estás Ingrid?

- ¿Qué pasó Andrés?

- Suegra. Una avalancha se llevó a Ingrid y a los niños...

María Eugenia se levantó de la casa en zona rural de Lebrija. Sus hijos escucharon el grito de su esposo. Llamaron a un vecino para que los transportara a esa hora de Lebrija hasta Piedecuesta. Pasadas la una y media de la madrugada estaban en la granja avícola, o al menos, en lo que quedaba de ella.

- No vi la casa. Pensé que la casa estaba hundida en el barro, pero no. La avalancha la destruyó. Empezamos a buscar a mi hija y a mis nietos.

- ¡Ingrid!

- ¡Ingrid!

- ¡Ingrid!

A las dos de la mañana, luego de caminar algunos metros alcanzaron a escuchar la voz de una mujer, que trepada en un árbol pedía auxilio.

- Pensé que era mi hija. Cuando llegamos, no era ella. Era una señora que trabajaba en la finca.

La familia de Ingrid y Fabián Andrés siguieron explorando en medio de un desierto de lodo. Tres casas del sector y tres galpones quedaron destruidas. Largas horas pasaron ‘esculcando’ en el barro. Esquivando la desesperación hasta que pasadas las nueve de la mañana, leves movimientos entre el barro llamaron la atención de un joven, que ayudaba en la búsqueda.

La emoción fue grande cuando, a unos 15 metros de donde antes quedaba la casa, notó que los que se movían eran los pies de un niño atrapado en un hueco, entre palos y piedras. El pequeño asomaba la nariz, eso lo salvó. Esa acción natural le permitió respirar entre el barro por cerca de nueve largas horas. La gente gritó.

- Él bebé está vivo. Lo encontramos.

- ¡Andrés mire, el niño! Mire a Dilan.

Andrés caminó entre el barro con su hijo Dilan, de ocho meses, aferrado al pecho. Así llegó hasta un centro hospitalario de Piedecuesta. El niño con las horas estaba estable. Durmió casi todo ese día. Cuando se levantó estaba contento. Sonrió. Pidió agua y se volvió a dormir con tanta ternura, que al verlo nadie podía imaginarse que fuera un sobreviviente de la avalancha y hubiera estado tantas horas atrapado entre el lodo.

El pasado 26 de marzo, un grupo de areneros, en el sector de Chimitá, ubicó unos restos óseos, luego de que algunas personas encendieran terreno con maleza. Luego de pruebas de ADN se identificaron que correspondía a Ingrid. Solo hasta julio se entregaron los resultados y sus huesos fueron sepultados por su familia en el cementerio de Lebrija, donde está el cuerpo de Andrey, el primogénito de la pareja, cuyo cuerpo fue hallado en Girón.

- Por la pandemia nos prohibieron salir a buscar a Tatiana. Salimos de Lebrija a las cinco de la mañana. Llegábamos a las nueve de la noche. No volvimos a buscar a mi nieta. Queremos hacerlo ahora, pero ¿a dónde vamos a buscar?

Lo dice María Eugenia levantando la vista. Su hija no volverá. El cuerpo de su nieta está perdido. Ella también. Pide a las autoridades que reinicien la búsqueda.

- Yo me hago a la idea que ella está viva. No la recuerdo muerta.

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Publicado por Juan Carlos Gutiérrez

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