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Bucaramanga
Martes 02 de noviembre de 2021 - 12:00 PM

El horror del cuarto de castigos de las fundaciones de Bucaramanga

Hablan víctimas de abusos en centros de rehabilitación de Bucaramanga. Cuatro personas han muerto en los dos últimos meses por irregularidades al interior de estas fundaciones. Nadie sabe cuántas realmente operan.

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La luz es escasa y el olor a humedad revela de inmediato un ambiente malsano. A ella la encerraron en un cuarto cuya dimensión no es más grande que un pequeño baño. No hay ventanas. La puerta es una reja de metal. Le llaman el “cuarto de reflexión”, pero en realidad es una celda de castigo.

Al menos así lo identifican los jóvenes que sufrieron allí los rigores de las sanciones que les imponían. Está asustada. Trata de entender qué ocurre, cuando un olor hediondo la golpea con fuerza en el rostro. Huele a cañería, a orines y a excremento humano. Las emanaciones corporales la abrazan de inmediato. Se le pegan como una baba invisible, imposible de ignorar como un largo escalofrío.

En otras habitaciones se escuchan a lo lejos golpes. Como si se tratara de una fosa subterránea abandonada, nadie reacciona al desahogo de los gritos. Menos a su llanto. Los minutos pasan. Luego las horas. Nada cambia. Ni los días posteriores. Sola las sombras de la noche custodian con su frío el lugar.

Ella tiene 18 años. Dos días atrás metió su ropa en un bolso con la intención firme de irse de la casa. Así se los dijo a sus papás cuando cerró la puerta en busca de una de sus amigas de fiesta. Con ellas consumió primero marihuana siendo muy joven, luego pasó a las ‘pepas’ y más tarde se enredó con el humo del bazuco.

Su mamá intentó infructuosamente convencerla de no huir. No pudo detenerla. Es más, tan pronto su hija cerró la puerta, la mujer se fue a llorar desconsolada a la sala de la casa. Recordó con dolor cuando su hija le gritó que no quería vivir más con ella, que estaba “mamada de que la jodieran por todo”.

Se calmó un poco. Hizo entonces un silencio diáfano y en medio de la tormenta en que naufragaba, cerró los ojos y en un rezo le pidió a la Virgen María que protegiera a su “niña” en la calle.

- Ella lleva más de tres años consumiendo. Hasta hace poco se me empezó a salir de las manos. Tiene una vida desordenada. La droga es una enfermedad muy destructiva, tanto para la persona como para el grupo familiar. Vivir con una persona que consume es algo muy complicado. Mucha gente no lo entiende. No se imagina las cosas que uno tiene que soportar como mamá: miedo, amenazas y dolor. Cuando ella llegaba mal, la casa se convertía en un infierno. No exagero. La única solución es que ellos tengan la voluntad de cambiar, pero tienen que tocar un fondo muy duro para que eso pase...

Los padres decidieron esperar un día bajo el coletazo de la falsa esperanza que ella regresaría. No lo hizo. A la mañana siguiente salieron a buscarla. Contactaron a una de sus amigas, quien les confesó que ella tenía la maleta de la joven guardada en su habitación. Narró que su amiga buscó quedarse la noche anterior en su vivienda, pero su mamá le negó la entrada debido a sus antecedentes de consumo de drogas.

- Ella debe estar por el parque Centenario. Búsquenla por allá...

Estaba acostada entre un chiquero de desperdicios y la tierra marrón de uno de los extremos del parque. No alcanzaba el mediodía cuando la reconocieron. En pleno centro sórdido y peligroso, nido de vendedores de droga, ladrones, adictos y habitantes de calle dormía su ‘traba’. Difícilmente entendía las palabras cuando comenzaron a hablarle.

Los padres no soportaron más la inclemente realidad que les empujaba a la fuerza. Recordaron que un amigo les habló alguna vez de una fundación. Hicieron la llamada. Por $800 mil recibirían a su hija con un tratamiento. Pensaron que ella no se internaría por sus propios medios en la fundación. Así que la interceptarían y la conducirían a la fuerza.

La madre aceptó en medio de la impotencia de no saber qué hacer. Personas de la fundación les advirtieron que en los primeros meses no habría contacto directo con la joven.

- Es para no interrumpir el proceso de rehabilitación - dijeron.

Los padres debían llevarla a una cuadra antes de la esquina de la carrera 21 con calle 41, lugar donde funciona una de las sedes de esta fundación. En esa zona se instala un puesto de comida informal. Allí la atraparían al finalizar la tarde. Los tres hombres se bajarían de un carro y la subirían al mismo a la fuerza. Mientras, ella seguía consumida por los fuegos de la calle que no perdonan y ese negro sucio que impregna todo, quería seguir en el parque.

Despeinada y sin dinero, la convencieron finalmente de ir a comer algo. Entre charlas la llevaron al lugar acordado. No se alcanzaron a bajar del taxi cuando los tres hombres la sorprendieron por la espalda. La abrazaron de forma violenta.

- ¡Mamá! ¡Mamá! No deje que me lleven, mamááááááá... La mujer vio como su hija pataleaba como defensa para no subir a ese carro. Encendieron el vehículo y se marcharon. Ellos se quedaron en silencio, en la calle, bajo el escrutinio de miradas de extraños. De su hija solo conocerían noticias 22 días después, cuando sorpresivamente una llamada de una odontóloga los mandó a un bosque turbio del cual solo saldrían en tres días. La desgracia aparecía para nuevamente ponerlos a prueba. Lo que conocieron los alertó.

Los hombres de la fundación, según lo acordado, pasaron después de las once la noche por el barrio. Rápidamente la vieron a ella parada en frente de la casa de la mamá. Era un lunes festivo. Completaba tres días de trago, fiesta, riñas, droga y escándalos. Ella tiene 34 años y admite que es adicta a los alucinógenos. Su familia, como pudo, reunió el dinero para pagarle $600mil mensuales en una fundación, ubicada en la calle 21 con carrera 31 de Bucaramanga. Allá la llevarían contra su voluntad. Su familia, presa del desespero, sin remedio, no encontró salida.

- Cuando me subieron al carro me colocaron unas esposas. Por más que grité, nadie me ayudó. Cuando llegamos a la fundación me mandaron por tres días al “cuarto de reflexión”. Me dieron una colchoneta que olía a orines y me dicen que me tengo que quitar toda la ropa. Que puede que lleve algo escondido. Revisan la ropa, pero no me la devuelven. Estuve tres días desnuda. Una de las internas me prestó una sábana, hasta que me llegó la ropa de la casa.

Luego la pasaron a un cuarto pequeño, que compartió con siete mujeres más, la mayoría con un destello de agresividad en sus miradas. A las pocas semanas, las demás internas se sorprendieron con la llegada de un grupo de adultas mayores y pacientes siquiátricos. Sin divisiones o restricciones, a todas las mezclaron.

Hace un mes ella intentó escaparse de la fundación. La acompañaban en su misión dos jóvenes menores de edad. Estaban cansadas de los malos tratos y la pestilencia que emanaba el lugar. Las atraparon justo cuando ya casi soltaban una de las varillas que encierra una ventana. Las castigaron. Las enviaron a un nuevo “cuarto de reflexión”. El antiguo estaba ocupado por dos pacientes siquiátricos, quienes dormían en dos colchonetas.

- Durante un mes no pudimos salir. Nos tocaba orinar y hacer nuestras necesidades fisiológicas en bolsas. Todo el mes fue así. Tampoco podíamos bañarnos. Nos tocaba comer por medio de los huecos de la puerta. Los platos no pasaban por la reja con el candado y nunca nos abrieron. Allá ordenaban toda clase de castigos. A algunas personas las golpeaban. La otra vez unas compañeras se robaron unos panes. La descubrieron por las cámaras. El líder las obligó a realizar esa noche tres mil cuclillas. Se las iba contando. Él separaba a ratos con una botella de agua y se las echaba por la cabeza...

Los últimos días, antes que la Alcaldía sellara una de las sedes de estas fundaciones, fueron los peores. Así lo recuerda otra joven, de 22 años, internada por su padre por consumo de bazuco. En la actualidad regresó a su familia, que pagó millones de pesos por una terapia que nunca existió, mientras ella fue sometida a toda clase de violencia.

- Una de las cosas que más me impactó, más allá de los castigos y los golpes, fue que compartíamos la estadía con pacientes siquiátricos. Había una muchacha de nuestra edad que estaba muy mal de la cabeza. Ella siempre golpeaba a las abuelitas. Ella solo se bañaba con sus orines. El baño que nos correspondía no tenía puerta, la primera vez que la vi fue terrible. Ella guardaba en un pote su propia orina y se la echaba encima. La gente de la fundación nunca hizo nada...

- Hola. Soy odontóloga y estuve en consulta con su hija. Ella me dejó sus datos para poder comunicarme con ustedes. Tengo una carta que ella les escribió...

La joven, que fue rescatada de su familia en el parque Centenario, tuvo una caída muy fuerte al interior de la fundación días atrás. Se presume por el suministro de medicamentos y drogas calmantes sin prescripción médica. Producto del golpe perdió la corona de un diente.

Su seguridad médica le cubría el tratamiento, por lo que logró con esfuerzo que la llevaran, custodiada, hasta un odontólogo. Fue su modo de concebir un plan de fuga.

- Cuando leíamos el mensaje nos impresionamos. Nos escribió que por favor la sacáramos de allá. Que ese era un lugar horrible. Que por favor le creyéramos. Que dormía en un colchón viejo, con olor a vómito y orines. Nunca le entregaron la colchoneta nueva que le dejamos. Que no se trataba de una manipulación, sino que era verdad. Que en ese lugar golpeaban a los internos. Que todo era muy cochino. Que dos muchachas la tenían amenazada por tener el cabello largo. Que eso no les gustaba allá y que la iban a marcar. Nosotros nos asustamos mucho. La carta la recibimos un viernes en la tarde y nos tocó esperar hasta el lunes.

Ese día estuvieron muy temprano en la mañana en la sede. Nunca les dijeron a los encargados de la fundación de la carta, pero sí pidieron conocer el archivo o expediente con el registro del tratamiento de su hija, con los fechas del acompañamiento de sicología.

- No tenían nada. Ni siquiera contaban con una carpeta con su nombre. La sacamos inmediatamente. Sabemos que nuestra hija tiene un problema grave, pero le creíamos y la salvamos. Algo que nos impresionó y que ella nos contó es que dentro de la fundación les ofrecían droga a cambio de tener relaciones sexuales o todo tipo de tocamientos. En esa fundación siempre hubo droga. Nunca he sido capaz de preguntarle a mi hija si ella consumió allá y qué tuvo qué hacer para conseguir la droga...

Otra de las jóvenes que estuvo internada en esta fundación narró que ella fue testigo de como uno de los llamados líderes, mientras operó por varios meses el llamado “cuarto de reflexión”, agredió sexualmente a una menor de 16 años, quien fue internada en la fundación por su familia debido a problemas con el consumo de estupefacientes.

- Yo me hacía la dormida. Él entraba y la manoseaba. Le tocaba sus partes íntimas. Le ofrecía darle doble ración de almuerzo o dejarla fumar. La pelada luego me decía las cosas que el tipo le ponía hacer. Eso fue este año, antes de que conociéramos que mataron a Abraham en el “cuarto de la reflexión”.

Este joven cucuteño, de 27 años, murió el pasado 10 de septiembre en un centro de rehabilitación de consumo de drogas y de enfermedades mentales ubicado en la carrera 21 con calle 41 de Bucaramanga. Su familia, residente en Cúcuta, lo internó el pasado primero de septiembre.

Nora Robles, madre del joven, aseguró que él no era drogadicto, ni habitante de calle. El joven sufría de una enfermedad nerviosa que le causaba ansiedad. El día que murió, según la investigación preliminar, Abraham Josué estaba junto con siete hombres más en el “cuarto de la reflexión” como castigo, presuntamente, por una pelea previa. En medio del hacinamiento, el joven le rozó la cabeza a Josué Manuel Niño Medina, otro interno. Esto desató la ira del primero, quien junto con Yorgui Fabián Figueredo Mosquera le propinaron patadas en el rostro y lo asfixiaron con una sábana que le ataron en el cuello.

- Lo golpearon hasta que se cansaron y luego le amarraron la sábana en el cuello y cada uno tiraba de un lado, hasta que lo mataron. Luego, se orinaron encima de mi hijo y lo taparon con la sábana...

Un dolor agudo, terco, le atraviesa el cuerpo entero a una de las madres que rescató a su hijo de 21 años de una fundación en Bucaramanga hace algo más de dos semanas. Con voz afligida, pero a la vez en un tono de rabia, explica la impotencia de no saber qué hacer ahora con su hijo.

- Dígame, ¿qué hace uno como mamá? Mi hijo es drogadicto, no tenemos dinero para llevarlo a una fundación de cinco millones de pesos. Cada vez que llega ‘trabado’ se arman unas peleas en la casa. Uno llama a la Policía y dicen que no pueden hacer nada. Hace dos meses amenazó con un cuchillo a su hermano, que le pidió que no consumiera en la casa porque había niños. Él no quiere cambiar y un día de estos me llaman a recogerlo de la calle porque me lo mataron. ¿Qué hago? No tengo más que confiar en estas fundaciones, esperando que él cambie...

Desde el pasado 10 de septiembre, cuando se reportó la muerte de Abraham Josué Chía Robles, interno en la Fundación Hogares Bethel, se han reportado varias denuncias por maltratos físicos, torturas y violencia sexual en estos centros.

La Alcaldía de Bucaramanga informó que se investigan a por lo menos diez de estas fundaciones, que dicen trabajar en la rehabilitación de personas con adicción a estupefacientes.

La secretaria del Interior de Bucaramanga, Melissa Franco, le aseguró a Vanguardia que muchas de estas fundaciones no cumplen con los requisitos de funcionamiento. Agregó que carecen de los permisos para operar de acuerdo al Plan de Ordenamiento Territorial, POT.

Vanguardia pudo establecer, por citar un ejemplo, que en el contrato de arriendo de una de las fundaciones se registró que en ese lugar funcionaría una carpintería y en la realidad operaba un centro que recibía a adultos mayores, pacientes siquiátricos y jóvenes con problemas por consumo de drogas.

- Hemos verificado las condiciones higiénicas sanitarias de estos lugares, que tampoco las cumplen. Estas personas ofrecen una serie de terapias, pero en la realidad no hay registros de estos procedimientos. Lo que hacen es medicar a las personas con drogas controladas o restringidas solo para recetar por especialistas como Clonazepam y Rivotril.

Hemos detectado afectación de los derechos humanos, posibles abusos sexuales y torturas. Por ejemplo, en Bethel tenían una pared falsa donde escondían a adultos mayores con pacientes siquiátricos. Todos estaban en condiciones deplorables, los abuelos hacían sus necesidades en las camas...

La funcionaria explicó que la Fiscalía tiene varias investigaciones en curso. “Sabemos que una familia tiene el control de todas estas fundaciones y las autoridades, desde lo penal, ya trabajan en este caso”. De hecho, fue cobijado con medida de aseguramiento Edgar Medina Castillo, tras ser judicializado por su presunta responsabilidad por el delito de tráfico, fabricación y porte de estupefacientes.

Esta persona fue capturada por funcionarios del CTI de la Fiscalía en una fundación ubicada en el sector de San Alonso cuando portaba 768 pastillas de Clonazepam y seis pares de esposas. La Fiscalía informó que ha creado mesas interinstitucionales para atender las denuncias y adelantar las investigaciones de policía judicial por hechos presuntamente ocurridos en fundaciones ubicadas en Bucaramanga y el área metropolitana.

Daniel Arenas, personero de Bucaramanga, dijo que estas fundaciones son un “negocio de los propietarios de la fundación Bethel”, quienes se aprovechan del desespero de las personas que tienen familiares con adicciones a las drogas.

A la fecha se han cerrado sedes de las fundaciones Bethel, Funcape, Casa de Amor y Paz (donde murieron tres internos por un incendio) y la Fundación Mujeres con Propósito. Para el Personero de Bucaramanga, quien escuchó los testimonios, esta realidad tiene una sola definición.

- Que amarren a una persona desnuda, en un cuarto oscuro, por varios días, que después la golpeen y abusen (sexualmente de ella) son cosas de la época de la esclavitud...

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Publicado por Juan Carlos Gutiérrez

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