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Bucaramanga
Viernes 27 de enero de 2023 - 12:00 PM

El puente Puyana, legendaria obra vial que aún sigue en servicio en Bucaramanga

El puente Puyana fue una de las primeras obras que conectó a Bucaramanga con Floridablanca, a comienzos del siglo XX. A diario lo transitan cientos de conductores que toman la carretera antigua y que buscan llegar a Lagos del Cacique, La Floresta y Terrazas, entre otros barrios del oriente de la ciudad.

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 Diego Calderón León  / VANGUARDIA
Diego Calderón León / VANGUARDIA

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Diego Calderón León / VANGUARDIA

Marco Valencia  / VANGUARDIA
Marco Valencia / VANGUARDIA

Marco Valencia / VANGUARDIA

¿Es usted de los que se estresa por quedar atrapado en los trancones de la hora pico, en el cruce de la vía al cementerio Jardines La Colina, el barrio La Floresta y el municipio de Floridablanca, en la carretera antigua?

A lo mejor, en medio de la espera y del paso que un agente de Tránsito da a los carros y motos, ¿ha notado que hombres con pala en mano sacan decenas de sacos de la arena que se acumula en la orilla de la quebrada La Iglesia que pasa por este punto de la ciudad?

Y si usted es aún más detallista y al conducir en sentido norte-sur mira por la ventana de su vehículo ve unas barandas desgastadas y pintadas de color amarillo, notará que son la barrera de un pasadizo que tiene una historia propia. Se llama el Puente Puyana, conocido en los anaqueles de la historia como el primer ‘viaducto’ de la ciudad.

Una fotografía que hizo parte de la exposición ‘Postales Bumanguesas’, con motivo de los 400 años de la ciudad, organizada por la Universidad Autónoma de Bucaramanga, Unab, y que contó con la curaduría del periodista Pastor Virviescas Gómez y el fotógrafo Saúl Meza Arenas, sacó a la luz este viaducto considerado el primero que tuvo Bucaramanga y el área metropolitana, según el sociólogo e historiador Emilio Arenas.

Antes de los viaductos Benjamín García Cadena (1970) y Armando Puyana Puyana (1995), existía este puente mucho más angosto que los anteriores, pero que garantizó con sus reformas la única vía hacia Floridablanca y, por tanto, el camino hacia la capital del país.

Un pueblo en recuperación

Para esa primera década del siglo XX, Bucaramanga era entonces un lugar que no pasaba de los 19 mil habitantes. Ya había servicio de energía, pero el acueducto seguía en veremos. Como opción para recoger agua, se debía ir hasta las chorreras o pagarle a un hombre por el servicio de las tres ‘b’ (bobo, burro y barril), para que la llevara a los domicilios.

Las casas eran, en su mayoría, de una sola planta, hechas unas en bahareque y otras en tapia, con techos de paja.

Las vías de lo que hoy se conoce como el centro de la ciudad eran empedradas aunque desgastadas por el paso de los animales de carga y el transporte era a pie, a lomo de mula o en coches tirados por animales.

En ese entonces solo existían nueve calles y 22 carreras abiertas para la circulación y el barrio más cercano a la quebrada La Iglesia era La Concordia.

La zona urbana crecía entre las quebradas Seca y Bucaramanga (ahora llamada La Rosita) y lejos estaba la ciudad de los inmensos edificios que hoy impiden la vista desde Cabecera hacia el centro. La vía que se conoce como la ‘antigua’, lejos de tener algún asomo de pavimento, era una trocha que iban ensanchando para el paso de coches halados por animales.

Durante esa primera década, Bucaramanga se reponía de los estragos de la Guerra de los Mil Días (1899-1902), un sangriento conflicto civil entre liberales y conservadores que terminó con la victoria del gobierno conservador. “Después de la guerra hubo mucha inseguridad en Bucaramanga. La economía de esa época apenas se está recuperando de esa guerra y lo hizo con la industria de los tabacos y cigarrillos, que va a tener su expansión en la siguiente década, años 10 y 20”, explica Armando Martínez Garnica, presidente de la Academia de Historia de Colombia.

Familia vecina

Roso Abel Rincón Jaimes (59 años) aún recuerda las tardes de juego con sus once hermanos en inmediaciones del puente Puyana, en la orilla de la quebrada La Iglesia.

En 1959, su papá, José Vicente Rincón Reátiga, y su mamá, Elodia Jaimes Rojas, compraron este predio al que, según cuenta Roso y confirma su hermana María Isabel (65 años), se fueron a vivir en 1963, cuando pudieron vender la finca que tenían en Guaca.

Esta familia proveniente de la provincia de García Rovira, se dedicaba a la ganadería y a la venta de quesos y cuajadas. Como parte de esos viajes que hacía su papá para vender uno que otro animal en el mercado de Girón, Roso cuenta que este se animó a comprar ese terreno en Bucaramanga y que esto le permitió estar más cerca de las grandes ventas de ganado, actividad que con el paso de los años heredó.

“A él le gustaba el sitio, porque quedaba al pie de la carretera. Acá llegaban todos los ‘paisanos’ y se tomaban un descanso del camino”, cuenta Roso, mientras camina por los alrededores de la quebrada canalizada desde hace unos años.

¿1907 o 1909?

La imagen que hizo parte de la exposición de la Unab fue tomada por el fotógrafo Quintilio Gavassa y se encuentra también en el libro ‘Fotografía Italiana Quintilio Gavassa (1878-1958)’. En total son tres fotos que conserva en su archivo Saúl Meza Arenas; las dos restantes son una social en la que posan hombres, mujeres y niños con trajes y vestidos elegantes para el lente de Gavassa. Y la otra es una foto en la que se aprecian toldos en los que se resguardaban los asistentes al evento de inauguración.

En sus apuntes, Gavassa las señala como tomadas en 1909, mismo año en el que fallece don David Puyana Figueroa, dueño de la hacienda Cabecera del Llano, tierras prósperas en las que se producía café, tabaco, caña panelera y ganadería. Ese terreno era vecino del punto en el que se encuentra el puente. Sin embargo, hay dos diarios que apuntan a que la inauguración del puente ocurrió realmente el 21 de julio de 1907, como parte de la celebración de la conmemoración de la independencia del país.

En sus diarios, don Bartolomé Rugeles López anotó el acontecimiento el domingo 21 de julio de 1907. En un par de líneas apuntó: “A mediodía desfile de carros y carricoches de la Concordia al Puente Puyana que bendijeron. Hubo mucha concurrencia. Regresé 5.30 con los niños”. En esos escritos, Rugeles recogía con minucia datos y cifras de la ciudad entre 1899 y 1938, que van desde señalar el precio del café del día hasta la salida del primer automóvil, el 7 de agosto de 1910, propiedad del comerciante libanés Antonio Chedraui.

Mucho más despliegue tiene el evento en el libro “Real de Minas de Bucaramanga”, de Ernesto Valderrama Benítez, quien narró en detalle el programa de los tres días de celebración en la ciudad por el aniversario 97 de la independencia. El tercer día, el domingo 21 de julio de 1907, a eso de las 10:00 de la mañana, comenzaría el desfile del Batallón 4° de Infantería con destino al campamento de la quebrada Puyana. Horas después saldría desde La Concordia la comitiva oficial y de civiles para ese puente aunque con serias dificultades: el transporte, razón por la cual, dice el relato, fue necesario convocar a una reunión general de carreteros para que alquilaran esos vehículos que poseían, pues de nada valía tanta elegancia para la ocasión si el camino agreste embarraba los trajes.

“Después de vencer grandes dificultades se pudieron conseguir diez carromatos de dos ruedas metálicas y adaptarlos para que fueran tirados por yuntas de bueyes, para mayor seguridad”, cuenta ese relato y añade que esos animales fueron dirigidos por agentes de la Policía, vestidos con uniforme de gala y grandes cascos.

Solucionado el inconveniente, partieron a la celebración con “jóvenes ciclistas” al frente del ‘pelotón’. Al sitio llegaron las comitivas y posaron para las fotografías. Helí Otálora, cura de la Sagrada Familia, fue el encargado de la bendición del puente. Pasado el acto solemne, las personas más pudientes gozaron de la comida: “señoritas y señoras” disfrutaron de un “lonche muy bien servido”. Mientras que los hombres pasaron a otros toldos, bien atendidos recibieron comida y bebida. Pero ese banquete oficial fue para unos pocos, pues la mayoría del pueblo solo veía a lo lejos, mientras pasaban saliva. No faltó el inconforme, relata Valderrama, que luego de encontrar ollas y botellas vacías, se atrevió a cuestionar la celebración. Esto dijo un personaje, el “chueco” Bolívar, sobre la celebración: “Qué sacamos a estas horas / con macarela y salchicha / con tanto gozo y contento / y tan estupenda chicha, / si los pavos de la fiesta / ni siquiera los probamos / y todo salió al fin y al cabo / purita descrestadera”.

Años antes, se comienza a hablar de ese puente y de la promesa de la vía para comunicar con el sur de lo que hoy se conoce como área metropolitana, pero que para entonces era inimaginable. En 1892, en su informe a la Asamblea, el Gobernador del departamento, José Santos, menciona la estructura y el funcionamiento ‘a medias’ de la misma. “Sobre la quebrada La Iglesia se levantó un puente de arco de mampostería con piedra labrada, contratado con el señor Jesús Prados, quien no lo ha entregado aún por estar sin concluir; sin embargo, ya presta medianamente su servicio”, señala ese documento.

Para no olvidar

En la casa de fachada roja, junto al puente Puyana, sigue abierto el micromercado ‘El Puente’, al que llegan vecinos de ese sector de la carretera antigua a comprar los alimentos a diario. Uno de los méritos del lugar, señala Roso Abel Rincón Jaimes, es que el local no ha sucumbido a la tristeza que llevan algunos visitantes que bajan del cementerio, en busca de una cerveza para pasar la pena.

Y la historia de este importante punto de la ciudad, que reposa en los libros de historia, tampoco ha quedado en el olvido. Así que si usted no se quiere aburrir en el trancón, cuéntela a su copiloto. Si viaja solo o sola, recuérdela como parte del ejercicio de hacer memoria de Bucaramanga, porque lo que sí es cierto es que aún transitamos por caminos que fueron construidos hace más de cien años.

Un puente que amerita revisión

Aunque Luis David Arévalo, ingeniero civil y expresidente de la Sociedad Santandereana de Ingenieros, no tenía en su radar las modificaciones de este puente, considera que la transformación que sufrió esa estructura se evidencia en la pérdida del estilo en arco que tenía la obra original. En su lugar, apunta el experto, se construyeron varias vigas para soportar el paso de los vehículos. Sin embargo, los estribos o bases del puente “probablemente sean los mismos” que los de la primera estructura, según Arévalo, quien añade que por el hierro descubierto en algunas vigas, sería apropiado hacerle un estudio al puente para conocer su estado.

Dato:

En una hora pico, por el puente Puyana cruzan cerca de mil vehículos. Mientras que por el viaducto Benjamín García Cadena, esa cifra es ocho veces superior, según estimaciones del Área Metropolitana de Bucaramanga, AMB.

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Publicado por Luis Alvaro Rodriguez Barrera

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