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Bucaramanga
Sábado 02 de julio de 2022 - 12:00 PM

Especial: La verdad de las víctimas del conflicto armado en Santander

El informe de la Comisión de la Verdad no tiene como objetivo esclarecer la verdad judicial de lo ocurrido en el país en el marco del conflicto, pues eso es función de entidades como la Jurisdicción Especial para la Paz.

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En Barrancabermeja, una hermana busca a su hermano muerto por la guerrilla; en Bucaramanga, una madre quiere hallar el cuerpo de su hijo muerto por los paramilitares. En Charalá, muchas familias quieren encontrar la paz luego de que la violencia y la impunidad destruyeron la infancia de más de 70 niños y niñas. Sus vidas irremediablemente fueron arruinadas por grupos paramilitares que los convirtieron en sus esclavos sexuales.

Vanguardia presenta a continuación ocho historias sobre Santander incluidas en el informe final de la Comisión de la Verdad, que fue presentado el pasado martes al país, luego de cuatro años de trabajo.

“El problema no es que la gente no tenga una voz; el problema, más bien, es que esta sociedad no ha aprendido a escuchar en profundidad”, señala el capítulo de testimonios contados en primera persona y que usted puede leer a continuación.

Así, con este título comienza la historia de Olga María: una mujer a quien un grupo paramilitar le desapareció forzadamente a su padre en 1989 en Simacota, Santander, cuando ella tenía seis años.

Olga María creció hasta los cinco años en una zona rural de Santander, en un contexto de precariedad que no ha mejorado con el tiempo. Todo comenzó con una masacre en la que murió su tío. Entonces Olga María y su familia se desplazaron a Barrancabermeja. Con su padre y su madre, llegaron a la casa del abuelo paterno.

Esa Navidad fue distinta. Estaban de luto y no había espacio para celebraciones. Por eso no hubo fiesta ese 5 de enero de 1989, cuando Olga María cumplió seis años. En cambio, la fecha que se les quedó grabada para siempre fue la del domingo 15 de enero, uno que instauró la ausencia definitiva.

“Mi mamá le había dicho desde la noche anterior a mi papá: Aurelio, no vaya, ¿usted se va a ir por allá?’. Me acuerdo que ellos discutieron esa noche, y mi papá respondió: ‘No, pero los marranos y el perro’. Yo me acuerdo de que le dije: “Ay, sí, papi, mi perro Coconito, me lo trae... ¡o vamos!’, y mi papá me dijo: ‘No, yo voy solo, voy mañana. Total, que mi papá fue, Eso fue el 15´... a la fecha han pasado 31 años desde que no volvió”.

Las escuelas se convirtieron en espacios estratégicos para el control y ejercicio de violencias contra niñas, niños y adolescentes. Esto sucedió en el corregimiento de Riachuelo, en Charalá, Santander, donde el Frente Comuneros Cacique Guanentá, del Bloque Central Bolívar de las AUC, operó entre el 2001 y el 2006, ocupando y disponiendo de la Institución Nuestra Señora del Rosario como sede de sus operaciones de control y vigilancia.

Los paramilitares impusieron normas de convivencia, se apropiaron de bienes públicos y privados y sacaron provecho de las personas menores de edad: a las niñas, niños y adolescentes reclutados los matricularon de forma irregular, usaron a los estudiantes para la limpieza de los fusiles, obligaron a las niñas y adolescentes a sostener relaciones de pareja con miembros del grupo armado, violentaron sexualmente a niñas y niños, y los reclutaron.

Las violencias ejercidas contra las niñas, niños y adolescentes de esta institución fueron consentidas por la directora del colegio y su esposo, un concejal del municipio. Incluso, la rectora obligó a las niñas del plantel educativo a sostener relaciones sentimentales con los miembros del grupo paramilitar. La rectora de la institución educativa es en la actualidad prófuga de la justicia.

“Cuando llegué (como profesora a la escuela en Rionegro, Santander) en el 2002, los niños jugaban a guerrilleros y soldados. Entonces me surgió la idea de que había que empezar a cambiarles la modalidad del juego. Lo que hice fue dirigirme a la Gobernación con algunos amigos a conseguir balones y llevarlos para que jugaran fútbol.

Pero cada vez que el balón caía a alguno de los costados, toteaba una mina, ahí es cuando me entero de que la escuela estaba minada. Los chicos sabían más o menos en qué lugares estaban y, bueno, se perdían mucho los balones. Pero estaban tan entusiasmados con el fútbol que queríamos hacer algo para que pudieran jugar y no se les fuera el balón y se les perdiera.

Lo que hicimos fue una reunión con los padres de familia y dijimos que había que encerrar la cancha. Como no teníamos otra herramienta, lo que hicieron los padres fue ir a cortar caña brava para encerrar la cancha, bien arriba, como tres metros, para que los chicos pudieran jugar.”

La escasa oferta institucional para garantizar los derechos de las niñas, niños y adolescentes creó un escenario de desesperanza, situación que fue identificada y aprovechada por los grupos armados para intensificar el reclutamiento. Así lo cuenta Estefanía, reclutada en el 2001 por el Bloque Central Bolívar, BCB, de las AUC en Santander a sus 15 años, en un momento en que la violencia paramilitar estaba en auge: “Una niña de mi edad quiso ingresar a las Autodefensas porque en el hogar no se vivían sino miserias: si había ‘pal’ desayuno no había ‘pal’ almuerzo, vivían en unas condiciones muy feas. A ella la conocí jugando con muñecas en Barrancabermeja”.

La operación Berlín es uno de los casos emblemáticos en el tema de niñez y conflicto armado. Su importancia radica en la magnitud de las afectaciones que sufrieron las personas menores de 18 años reclutadas por las Farc a manos de la fuerza pública.

La operación se desarrolló entre noviembre del 2000 y enero del 2001 por la Quinta Brigada del Ejército Nacional en Suratá, El Playón, Matanza, Rionegro, Floridablanca, Molagavita y Arboledas, municipios circundantes al páramo de Berlín en Santander.

En lo que respecta a la fuerza pública, la operación Berlín se desarrolló con pleno conocimiento de los riesgos existentes para las niñas, niños y adolescentes reclutados. El Ejército sabía que al menos 150 integrantes de la columna tenían entre 14 y 17 años, información que obtuvieron tras interrogar a alias ‘Robinson’, un adolescente que logró escapar de la guerrilla en Arauca.

Durante la operación, algunas niñas, niños y adolescentes fueron muertos por el Ejército luego de haberse entregado o de alzar las manos en señal de rendición. Así lo recuerda Juanita, reclutada en 1998 en Mesetas, Meta: “El Ejército los mató directamente. ¡Les pusieron el fusil en la cabeza y los mataron!”. De esto también fue testigo Yuliana, quien además de resultar herida presenció la muerte de varios compañeros, también adolescentes.

Ocurrió en un colegio del sur de Santander. Allí, el Eln obligó a Alicia y sus amigas a seducir a uno de los policías: “(Nos dijeron) tienen que salir, porque ustedes son chinas bonitas, necesitamos que llamen a la Policía. Ustedes verán si se dejan matar”. El objetivo era que cuando el policía estuviera vulnerable, entrarían los guerrilleros a matarlo. Alicia dice que era una cuestión de supervivencia: la vida de ella o la de un policía.

En Peñón, Santander, un exfuncionario público señaló que en el 2001, un adolescente escapó del Eln y fue interrogado por el Ejército. Con la información obtenida se armó un operativo en contra de un jefe guerrillero conocido como alias Gafas, que acabó con su vida.

“No lo matan en combate. Él estaba armando bombas para el Ejército y en ese momento se le escapa un niño de 13 años. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar hizo lo suyo y llegó el Ejército, lo entrevistó y contó dónde estaba alias ‘Gafas’, entonces activaron el operativo. Lo llevaron hasta allá y sí estaba en esa casa. El niño dio la ubicación, pero había dos niños guerrilleros más. Los capturaron, los entregaron al sistema del ICBF y hasta ahí llegó la historia de alias ‘Gafas’”.

Es mucho lo que avanza un cuerpo mientras flota. Es que siempre son 24 horas las que necesita para flotar, para empezar a flotar. A veces iba con mi esposo en la canoa y él me decía: “Está flotando un cuerpo, se alcanza a ver una pierna”. “Arrímese”, le decía yo. “Arrímeme o échele mano”. “¿Yoooo?, ¿y por qué?, ¿yo con qué? Mire, no, no, no”. Y entonces yo le decía: “Vaya volteando y yo le echo mano”. Así no llevara guantes ni nada, venga pa acá. Íbamos jalando para la orilla, lo acababa de arrimar. Le decía a mi esposo: “Búsqueme si tiene cabuya, una fibra. Yo lo aseguro”. Y si él no tenía, se bajaba e iba a la carrera adonde un vecino. Iba a buscar algo con qué amarrar. Yo le hacía un nudo, se lo ponía en el tobillo al cuerpo. Lo aseguraba con algo para que no se me lo llevara el río. Lo hacía con todos los cuerpos que veía. Los veía, los perseguía y los aseguraba pa que no se los llevara el río. Y pues me parece como bonito que me llamen “la Mamá de los Muertos”. Por lo menos significa que a pesar de los cuerpos estar botados por ahí, en un río, a la hora de la verdad no están tan desamparados. El río significa esperanza de vida. Lastimosamente, muchos lo tienen al río como muerte, aunque sea la esperanza para los que viven en sus orillas.

El río es esperanza de vida, es la esperanza de todos los que están viviendo en esas orillas. Nosotros necesitamos del agua. Para mí el río es eso: esperanza de vida.

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Publicado por Redacción Vanguardia

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