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Bucaramanga
Viernes 17 de julio de 2020 - 12:00 PM

La historia olvidada de los pilotos que salvaron un barrio de Bucaramanga

Fue considerada una tragedia nacional. Se trató del primer choque de dos aviones en vuelo en la historia aeronáutica del país. Vea este domingo, a las 10:00 a.m., un capítulo más de Expedientes de Prensa por Vanguardia.com

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Archivo  / VANGUARDIA
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Imagine por un instante que a cada uno de los 16 nombres que leerá a continuación le asigna un rostro. ¿Cuál rostro? Sencillamente el que quiera pensar. Siga con atención la edad de algunos de ellos, que le ayudarán a pensar cómo lucirían. Imagine ahora a estas personas sentadas en una silla de un avión, que cae terriblemente en picada y sin control a una velocidad de 257 kilómetros por hora sobre el barrio Terrazas de Bucaramanga.

Rafael Piñeros Franco (piloto, 42 años); Enrique Vesga Madiedo (copiloto, 27); José Joaquín Orrantia (auxiliar de vuelo, 27); Manolo Rómulo Izquierdo (ingeniero, 29); Guillermo Mejía Gutiérrez (agente viajero, 35); David Worthalter (polaco y comerciante en Cali); Hernando Ruiz Zárate (estudiante, segundo año química UIS, 19); Gilma Castellanos de Rojas (ama de casa, 47); Bernarda Cáceres de Obregón (comerciante, 44); Carlos Julio Ramírez Moncada (ingeniero); Jaime García (joyero de Cali, 28); Jaime Castañeda (ganadero comerciante, 37); Delio Medina (directivo cooperativa buses, 40); Carlos Julio Rodríguez (directivo cooperativa buses, 39); Carlos Sánchez Galvis (abogado, periodista, 29) y Víctor Alarcón Carreño (piloto de la avioneta, 21).

Minutos atrás el piloto les anunció que sobrevolaban Bucaramanga a la espera de aterrizar muy pronto en el aeropuerto Luis Francisco Gómez Niño. Ahora, todo es pánico y confusión.

Imagine, solo intente pensar, estar sentado en el interior de un avión de 7.650 kilos cargado de combustible, que cae sin control. El suelo del cerro Pan de Azúcar, que para entonces no estaba poblado de árboles, los recibió. Luego ocurrieron dos explosiones. Eran las 10:15 a.m. de ese domingo.

¿Qué originó la tragedia? ¿Qué decisiones tomaron los pilotos? ¿Por qué ellos fueron considerados unos héroes, que la historia de Bucaramanga olvidó? Para entenderlo, se debe retroceder una hora y 15 minutos atrás de ese 17 de octubre de 1965.

Doce pasajeros se embarcan en el avión Douglas DC-3 de matrícula HK-118 perteneciente a la empresa Avianca con destino a Bucaramanga. Se trata del vuelo AV-676. A esa hora se cierra la puerta de abordaje de este avión de 20 metros de longitud, fabricado en 1935 y que volaba en el país desde 1940.

La aeronave empezó a rodar por la pista de El Dorado, luego de recibir autorización de despegar de la torre de control. Acelerando sus dos motores, elevó la nariz y tomó vuelo. El capitán Rafael Piñeros Franco, su copiloto Enrique Vesga Madiedo y el auxiliar de vuelo José Joaquín Orrantia toman rumbo a Bucaramanga, distante a 288,5 kilómetros, que, a una velocidad media de 188 millas, unos 257 Kilómetros por hora y unas buenas condiciones meteorológicas como ocurría ese domingo, se cubrían en unos 52 minutos promedio. El capitán saludó a los pasajeros y les deseó un buen vuelo. Faltaban 70 minutos para la tragedia.

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Víctor Alarcón Carreño llegó al aeropuerto Francisco Gómez Niño, ubicado en lo que en la actualidad se conoce como la Ciudadela Real de Minas. Este joven, de 21 años, sumaba solo dos meses de clases para convertirse en piloto en una escuela de Bogotá. Ese domingo se subió en la avioneta ‘Piper Super Cub’ de matrícula HK-922, perteneciente a la Escuela de Aviación Ivieta de Bucaramanga.

“No le dieron permiso para volar la avioneta. Sin embargo, él se las ingenió y despegó...”, afirmó el historiador Lelio Armando Rodríguez Durán, al explicar una de las hipótesis que se manejan de la emergencia aérea.

El experto agregó que “se conocen muchos relatos de este caso. No se tiene una versión oficial. Se dice que Víctor Alarcón estuvo la noche anterior en el Club del Comercio en una fiesta con la novia. Se presume que tuvieron una discusión o una discordancia. A la mañana siguiente, Víctor se fue para el aeropuerto Gómez Niño con la idea de sobrevolar el barrio Terrazas en avioneta, donde vivía su novia y saludarla...”.

El aeropuerto Francisco Gómez Niño nació de una inmensa zona despoblada de Bucaramanga para mediados de los años 30, perteneciente a una finca llamada La Hacienda, de propiedad del médico Tréver Orozco. Amelia León de Landazábal, quien compró su casa en el barrio San Miguel en 1960, contó que su barrio no era muy popular para vivir, porque tenía el aeropuerto justo al lado. “Uno se persignaba porque cada vez que pasaba un avión parecía que iba a caer en el solar de la casa...”.

El historiador Lelio Armando Rodríguez Durán recuerda que era común que los pilotos volaran bajo en Bucaramanga y saludaran a familiares y amigos. Por ejemplo, agrega, que de la provincia de García Rovira llegaron a la ciudad Temístocles y Elvira Otero. Ellos fueron los fundadores de la empresa TAS, Transportes Aéreos de Santander. “Sus hijos siguieron con la actividad de la aviación. Era simpático, porque cuando venían de Bogotá llamaban antes por teléfono a los familiares, a los Otero, que vivían en la calle 56 con carrera 33 y les decían:

- Estén pendientes, vamos a pasar por el barrio...

“Entonces todos estaban prevenidos y ellos volaban muy bajito y saludaban a la familia. En ese entonces se podía volar bajo porque había poca construcción de altura. Era una especie de tradición esos saludos de los pilotos...”, dijo Rodríguez Durán.

En 1965, según el arquitecto Antonio José Díaz Ardila, barrios como Cabecera y La Floresta era terrenos de fincas, con poca o ninguna edificación. En ese entonces La Floresta no contaba con casas, al contrario del barrio Terrazas, que ya contaba con unas 150 viviendas en promedio.

El capitán Rafael Piñeros Franco y su copiloto Enrique Vesga Madero reportaron su aproximación a la torre de control del aeropuerto Luis Francisco Gómez Niño y pidieron permiso para aterrizar. La historia no es precisa en este episodio. La memoria habla, según unos pocos registros, que el aeropuerto “estaba en una emergencia”. Los pilotos recibieron la orden de tomar rumbo oriente y sobrevolar la ciudad a la espera de instrucciones. Ellos obedecen y toman esa trayectoria. En ese instante están en la misma ruta que tomó la avioneta HK-922, que ya está en el aire, piloteada por el joven Víctor Alarcón Carreño.

Se presume que los pilotos recibieron la orden de descender e iniciar la aproximación a la pista del aeropuerto Luis Francisco Gómez Niño para aterrizar. En una altitud similar y con igual rumbo volaba la avioneta HK-922. Minutos después las dos aeronaves se tocaron en el aire. ¿Cómo y por qué se tocaron las dos aeronaves? Nuevamente existen muchas versiones, pero la más cercana provino de una investigación de nueve expertos pilotos.

Una semana después de la tragedia, los pilotos comerciales y privados de Santander, tras una investigación explicaron su teoría del impacto de la avioneta y el avión DC-3.

“Si las dos naves volaban aproximadamente en la misma dirección, la avioneta no podía ‘embestir al avión’ como cree la gente, porque una avioneta ‘Piper Super Cub’, como la accidentada, vuela a 85 millas por hora (136 km), mientras que un avión DC-3 lo hace a 160 millas (257 km) por hora”, aclaró el informe.

El análisis de los restos del DC-3 y la avioneta determinó que el impacto se produjo en el extremo del ala derecha del avión de Avianca, el ala izquierda de la avioneta y parte de la cabina donde estaba Víctor Alarcón Carreño.

“Esto demuestra que las dos aeronaves volaban en la misma dirección. Esta afirmación es fundamental en el hecho de haberse encontrado enredada la tablilla de los aceleradores de la avioneta Piper, en la punta del ala derecha del DC-3, que se desprendió en la colisión”. Esta ala fue encontrada en inmediaciones de una cañada cercana a la vía que en la actualidad lleva al cementerio Las Colinas.

Para los pilotos investigadores, el “DC-3 de Avianca alcanzó a la avioneta por detrás, coincidiendo la forma del impacto con declaraciones de testigos. Hay afirmaciones que indican que la avioneta subió el ala izquierda en ese momento de choque, lo cual se explica por el efecto vórtice de las alas de los aviones, o lo que el público llama “succión” de un avión a otro, no por maniobra de pilotaje”.

La investigación concluyó que, en este accidente donde perdieron la vida 16 personas, “intervinieron muchas causas indirectas, que por sí solas no son motivo de un accidente fatal, pero que extrañamente reunidas por el destino (ese domingo en Bucaramanga) en el mismo sitio y en la misma hora, determinaron este suceso que enlutó a muchas familias”.

La avioneta de Víctor Alarcón Carreño cayó en la carrera 45 con calle 57, a pocos metros donde vivía su novia. La aeronave milagrosamente impactó a un costado de la vía contra una piedra y no afectó ninguna vivienda. El impacto le causó la muerte de forma inmediata al estudiante de aviación. De la aeronave solo quedaron restos.

El olor a muerte en el cerro de Pan de Azúcar se enquistó en la respiración. La fetidez de los cuerpos mutilados y calcinados perduró por varios días, hasta que cayó el siguiente aguacero días después. No hubo quien se resistiera al hedor. “De lo más impresionante fue el olor tan penetrante y nauseabundo que quedó. Una mezcla de cuerpos quemados y metal. Por semanas persistió ese olor. Después de las lluvias, por fin se fue de ese lugar...”, recordó el historiador Lelio Armando Rodríguez Durán.

Las dos explosiones, producto del choque del DC-3, se escucharon en toda Bucaramanga. Si alguien no se percató, el rumor se esparció como polvo, colonizando cada conversación y especulación sobre la tragedia aérea. Un enjambre de personas, envueltas en morbo, acabaron de levantar esa convulsionada mañana de Bucaramanga. Tampoco el viento tórrido, con olor a muerte, fue un obstáculo para que muchos robaran a los fallecidos.

Llegué hasta Pan de Azúcar. Vi pedazos de personas. Cuerpos desmembrados y quemándose. Había cadáveres en los árboles. También observé a gente robando. Esculcaron en las maletas y en los restos de las personas. Esas imágenes no se borran de la cabeza...

Darío Gutiérrez Parra recordó que vio a gente “robando relojes y anillos. Otros esculcaban las maletas y botaban la ropa interior. Los bomberos no podían subir porque se había formado un tremendo trancón. Uno veía pies, manos, fue un trauma...”.

Durante un buen tiempo no se pudo hablar de otra cosa, no solo en Bucaramanga, sino en el país, ya que este incidente fue considerado “una tragedia nacional”, pues se trató del primer choque de dos aeronaves en pleno vuelo en la historia aeronáutica del país.

De alguna forma las miradas de la ciudad estaban orientadas casi siempre al cerro de Pan de Azúcar. Hasta que un día Bucaramanga simplemente lo olvidó. El viento pasó, y como las nubes, fue pasando la vida. Y se perdió la memoria. Para empezar, se extravió una cruz y una lápida que se instaló en el lugar del accidente que llevaba los nombres de las víctimas y concluía con “sobre este sacrificio iniciará Bucaramanga la más gigantesca campaña por la construcción de su aeropuerto”. Traslado que solo ocurrió hasta agosto de 1974, ocho años y nueve meses después del choque de los aviones.

El olvido mayor fue otro. En el poco concurrido sótano de la memoria de los bumangueses están arrumadas la valentía y el sacrificio de los pilotos del avión de Avianca: Rafael Piñeros Franco y Enrique Vesga Madiedo. A las 10:15 a.m. de ese 17 de octubre de 1965, luego de perder un ala del DC-3 y caer a 257 kilómetros por hora, por unos instantes, lograron impulsar el avión, controlar su descenso y alejarlo del barrio Terrazas, para desplomarse en una zona despoblada y salvar muchas vidas. Fueron y serán héroes, así su legado este sepultado ahora en cenizas. Ese fue su último acto de vida. Ese fue su último domingo. Han pasado 55 años.

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Publicado por Juan Carlos Gutiérrez

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