Los demonios que rodean a las migrantes en Bucaramanga

Estimado señor lector: ¿Qué imaginario tiene usted de las mujeres migrantes venezolanas? Son las once de la noche. Llueve con fuerza. Un viento corta con su ímpetu el aire enrarecido de las calles despobladas de transeúntes en el centro de Bucaramanga, encendidas por pequeños fuegos provenientes de sucias pipas de bazuco. Piel de humo en luna llena citadina. Delirios para noches en vela, en el clímax desconsolado de siempre. Aceras por unas horas de los excesos, de una ciudad que no reconoce a estos noctámbulos. Una de las fachadas de un almacén, ubicado cerca al parque Santander, tiene tres escaleras para ingresar al local. Un portón metálico protege las puertas en vidrio templado. La calle y la entrada están separadas por algo menos de un metro. En un rincón de ese espacio, junto a la pared, acurrucadas, protegiéndose del frío, están ellas. Claudia está despierta. No debe dormir. Su hija de 10 años, descansa en sus piernas, bajo la luz pálida de una farola de alumbrado público. Un saco de tela, convaleciente para la tormenta que cae, hace de cobija. Ellas juntan lo más que pueden las piernas, para que el agua no les toque. La madre está cansada, cabecea un poco y cierra los ojos por la fatiga de caminar todo el día, pero no puede dormirse. No debe. Llegó hace más de 20 meses caminando desde el estado de Zulia, Venezuela, con el padre de la niña. Él se fue. Las abandonó. Ocurrió hace unas semanas. Quienes la vieron deambular por las calles sin rumbo, de la mano de la niña, reconocieron sus ojos vidriosos por llorar. La angustia se estacionó en su vida, en un país que no conoce. Con su compañero sentimental se dedicaban al reciclaje. Intentaban conseguir lo mínimo de una comida al día. Y si les alcanzaba, sumar $20.000, costo de una habitación en una residencia de mala muerte. Una cama y un techo siempre serán mejor que el andamiaje doloroso del cemento crudo. Están solas en una ciudad que casi siempre las mira con odio e indiferencia. Al otro extremo de ese zaguán, dos habitantes de calle también se protegen de la lluvia. Uno de ellos pareciera que ya viaja en la droga que consumió. Está tranquilo. El otro solo mira llover, recostado en unos cartones. Claudia los vigila de reojo. No tiene mucho en su bolso, pero lo poco que carga es de ella. En esta ciudad roban y matan por menos que nada. No. Tal parece que Claudia no dormirá esta noche. Cerrar los ojos sería devastador. Migración Colombia reveló que actualmente residen en el país 1.842.390 venezolanos, de los cuales 1.182.059 están registrados en el Estatuto Temporal de Protección para Migrantes, 344.688 permanecen de manera regular y 315.643 de forma irregular, aunque esta cifra aumenta con el paso de las semanas. En Bucaramanga residen cerca de 41.132 ciudadanos provenientes de Venezuela. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados alertó que “las personas siguen saliendo de Venezuela para huir de la violencia, la inseguridad, las amenazas, y la falta de alimentos, medicinas y servicios esenciales. Con más de seis millones de personas (de una población total de 32 millones) refugiadas y migrantes de Venezuela – la mayoría de las cuales vive en países de América Latina y el Caribe –, esta se ha convertido en la segunda crisis de desplazamiento externo de mayor magnitud en el mundo”. En tal sentido un informe de Human Rights Watch enfatizó que la “dificultad para obtener estatus legal en otros países y las dificultades económicas causadas por las medidas para contener la propagación del COVID-19 han provocado que cerca de 130.000 personas regresen a Venezuela desde marzo de 2020. Muchos retornados sufren abusos al llegar. Preocupaciones persistentes incluyen brutalidad policial, condiciones precarias de detención, impunidad ante violaciones de derechos humanos, falta de independencia judicial y hostigamiento a defensores de derechos humanos y medios de comunicación independientes. En la actualidad el drama de la migración persiste...”. Luisa tiene 28 años de edad. Durante largo tiempo la muerte de su bebé en Venezuela la torturó sin descanso y sin piedad. Esta mujer define su infancia como “muy dura”, debido a que por no contar con recursos económicos, su madre debía salir a trabajar por largas jornadas, abandonándola a ella y sus hermanos en un sector con muchas necesidades. - Cuando tenía siete años de edad, a raíz de que vivíamos en una urbanización que se puso peligrosa allá en Venezuela por muchos malandros, mi papá decidió que nos íbamos a vivir con él. Cuando tenía 10 años mi hermano mayor me abusó sexualmente. No pude contarles a mis padres porque él me amenazaba. Me decía que siempre iba a decir que yo era la culpable... A los 16 años tomó la decisión de irse de la casa. Y creyó que quedando embarazada lo lograría. - No me salió muy bien, me tocó quedarme con mi mamá. Fui madre soltera. Mi pareja murió en un accidente de tránsito. A los 20 años tuve mi segundo hijo. A los 23 mi tercer hijo. Lastimosamente mi bebé murió por negligencia médica en Venezuela... Claudia estudió dos de los seis años que se necesitan para graduarse como médica en el vecino país. - Para mí fue muy doloroso ver como mi hijo moría. Ver sufrir a mi hijo. Él nació con muchos problemas y por negligencia murió. Yo tuve que hacerle la urna a mi hijo por falta de dinero. La construí desarmando un escaparate de la casa. Siempre le echaba la culpa a él (padre del bebé) de la muerte de mi hijo por dejarme sola. Él se fue para Colombia y me dejó sola... Claudia llegó al país con sus dos hijas después de la muerte de su hijo y debido a las difíciles condiciones económicas. Estuvo un tiempo con su esposo, pero luego se separaron por causa de los problemas de comunicación y un duelo no resuelto que surgieron por la muerte del bebé. Llegó la pandemia. Sin dinero la sacaron del lugar donde dormía. Conoció a una persona, que le ofreció, por su experiencia en medicina, que cuidara a una mujer mayor de edad. El hombre le brindó un techo y un poco de afecto. Al principio todo parecía funcionar en su nueva relación afectiva, pero luego se abrieron las puertas del infierno. El Comando de Policía Metropolitana de Bucaramanga informó que en lo corrido del año se han detenido 369 migrantes por diferentes delitos. Uno de los más dolorosos hace referencia al asesinato de la estudiante de la Escuela Normal Superior de Bucaramanga, Nickol Valentina Rodríguez, de 15 años. La tarde del jueves 24 de febrero, la menor fue atacada por Pedro José Trujillo Pérez, migrante, en las escaleras del túnel del Mesón de los Búcaros, por robarle un celular. Por el hurto de celulares fueron capturadas la semana pasada, en la calle 33 con carrera 28 de Bucaramanga, dos migrantes, quienes robaron el celular a una persona. Como la víctima se resistió, las dos mujeres de 20 y 25 años, la atacaron a mordiscos. Después de cometer el hurto, las mujeres huyeron, pero fueron atrapadas por un motociclista y entregadas a la Policía. Una de las mujeres afirmó, en tono imperativo, antes de ser traslada por una la patrulla de la Policía, una sentencia que se hizo viral en la ciudad: - ...Yo hago esto para llevarle comida a mis hijos. Conversación en el parque García Rovira de Bucaramanga. - ¿Qué pasó con su hermana? - Se quedó sin trabajo. (Laboraba en un restaurante de Bucaramanga. El jefe además del sueldo, le daba alimentación a ella y su pequeño hijo y trabajo a un hermano) - ¿Por qué? - El jefe abusaba de ella sexualmente. Ella lo soportaba, pero luego le pidió más... (Otras prácticas sexuales) Se cansó de los abusos. Tuvo que renunciar... - Ahora qué... - Busca trabajo... Las sombras en la vía se fueron alargando paulatinamente. Son las tres de la mañana en la carrera 21 con calle 30. El rostro de Sofía tiene una mezcla intensa de rubor y en sus labios se resalta un color rojo intenso de un labial. Su rostro, su cuerpo, su camisa azul oscuro, su pantalón negro son absorbidos por esas sombras de la madrugada, que se alejan cada vez que un auto o una motocicleta pasan por esta vía solitaria a estas horas. Sofía llegó hace seis meses de Venezuela. Ha tenido trabajos temporales, pero nada que le garantice una estabilidad para alimentar a su hijo de siete años. Lo pensó mucho. Le da miedo. Pero para ella no hay otra opción. Se estaciona por esta zona esperando que alguien la recoja, en un intercambio de sexo por dinero para su supervivencia. Mientras cuenta su historia en frases muy cortas y admite que no conoce muy bien la ciudad, un carro se detiene metros adelante. Ella sabe. El conductor también. Sofía se acerca a la ventana del conductor. Hablan por un corto tiempo. Ella da la vuelta. Antes de subir al asiento del copiloto, clava una mirada ausente en el periodista. El carro entonces se marcha. La Corporación de Profesionales para el Desarrollo Integral Comunitario, Corprodinco es una organización del sector social, fundada en 1995, que ha trabajado por mejorar la calidad de vida de comunidades, fue calificada por la Agencia de las Naciones Unidas como consultor especialista en el área de la migración y violencia de género. María Estela Contreras Antolínez, directora de Corprodinco, explicó que su organización trabaja de la mano de cooperantes internacionales como la Agencia de la ONU para los Refugiados o Care Internacional, entre otras. - En Bucaramanga se detectó la necesidad de atender a mujeres que fuesen sobrevivientes de violencia basada en género, víctimas de trata de personas y mujeres gestantes hidratantes que llegaban al Hospital Universitario de Santander. Trabajamos proyectos con esta población en violencia de género, trata de mujeres y niñas, y vinculación de mujeres venezolanas a dinámicas de explotación laboral e intercambio de sexo como mecanismo de supervivencia. El año pasado contaron en Bucaramanga con una “casa de acogida para mujeres sobrevivientes”, que funcionó en Villa Asunción, donde se atendió a 117 mujeres migrantes de violencia basada en género. - De ellas 30 se encontraban en tránsito hacia el interior del país o alguno de los países de zona de frontera, donde se evidenció que cinco mujeres fueron víctimas de violencias de género en la ruta, 27 mujeres transitaban con sus hijos menores, exponiéndose a riesgos climáticos, accidentes en la vía o hechos de reclutamiento y abuso sexual por parte de grupos armados. Además se registraron casos de estafa y trata de personas. En esta casa tuvieron un espacio seguro, dependiendo del riesgo que ellas tuvieran. Además de un apoyo jurídico, sicológico y económico. Además, hicimos una investigación con 70 mujeres en Bucaramanga en condición de venta e intercambio de sexo como mecanismo de supervivencia. María Estela Contreras Antolínez explica que desde la experiencia en el trabajo con las mujeres migrantes en Bucaramanga, buena parte de ellas han sido víctimas de violencia de género por parte de sus compañeros sentimentales, que en algunos casos puede representar riesgo para su integridad. El año pasado se realizó una investigación sobre mujeres resilientes, que arrojó por ejemplo que el 80% de las mujeres consultadas expresó que su pareja las obligaba a tener relaciones sexuales como medio de supervivencia. En otros casos, estas mismas personas les impedían a muchas de ellas comunicarse con sus familias en Venezuela o las golpeaban y amenazaban. - Una gran mayoría de estas mujeres migrantes provienen de hechos violentos en Venezuela. Ellas han sufrido de violencia de género por parte de sus parejas. Otras se han quedado solas en Colombia, porque sus parejas las abandonaron con sus hijos ante las múltiples necesidades. En estos contextos, muchas de ellas, agobiadas por no poder sostener a sus familias, acuden a tener sexo por supervivencia o a alguna práctica de intercambio sexual para poder sobrevivir y subsistir. Muchas de ellas no conocen sus derechos o incluso no identifican que son víctimas de violencia. Muchas mujeres migrantes sufren lesiones en sus órganos reproductivos y desconocen que pueden ser atendidas por el sistema de salud del país. En algunos casos se ha evidenciado que la misma pareja son los proxenetas, son los que las llevan a vender su cuerpo. Nosotros trabajamos con ellas en un empoderamiento y en la búsqueda de alternativas dignas para subsistir. A Claudia la encuentran en el centro de Bucaramanga al caer la noche. Recoge reciclaje. La han visto nuevamente con su compañero sentimental. Luisa logró escapar del hombre que inicialmente fue redentor. Por un tiempo la persiguió. En medio de una discusión, este sujeto le enterró un destornillador en la mano. La amenazó con cortarla con un machete y prostituir a sus hijas. “Me decía que me iba a amarrar a mis hijas a un árbol y las iba a picar en pedazos y que yo iba atener que ver todo eso. O que las iba a prostituir. Me amenazaba que me iba a matar. Me colocaba un cuchillo en el cuello. Una vez me apretó tanto, que me cortó. Me obligaba a acostarme con él. Era su esclava. Hasta que finalmente pude escapar con mis hijas...” Su agresor maneja un taxi y aunque logró escapar, siente un miedo terrorífico de que algún día se lo encuentre de frente. Sofía sigue vendiendo su cuerpo y llevando dinero para subsistir en Bucaramanga. Los carros se siguen deteniendo para que ella se suba en las madrugadas, últimamente lluviosas y frías. Estimado señor lector, luego de leer 2.374 palabras: ¿Qué imaginario tiene usted de las mujeres migrantes venezolanas?

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