Hace 31 años cerca de 100 kilos de dinamita, camuflados en un Renault 4, estallaron frente a la entrada de la sede principal de Vanguardia. Se trató de un atentado que destruyó parte de la edificación, pero que no pudo frenar nuestra labor informativa ni mucho menos la línea editorial que respaldó la lucha contra el narcotráfico.
En un día como hoy, hace ya 31 años, en medio de la absurda guerra que se vivía en Colombia, las instalaciones de Vanguardia fueron objeto de uno de los peores atentados al periodismo de nuestra región.
El 16 de octubre de 1989, los denominados ‘carteles del narcotráfico’ intentaron eliminar de tajo nuestras letras de molde y de una forma explosiva pretendieron ponerle freno a la línea editorial del primer diario del oriente colombiano.
Eran tiempos muy difíciles para la prensa. El 2 de septiembre de ese mismo año el diario El Espectador había quedado semidestruido por un atentado similar.
Para esa época, el Presidente de Colombia, el ya desaparecido Virgilio Barco, le acababa de declarar la guerra a dichos carteles.
De hecho, 46 días antes del bombazo, el Mandatario había estado en nuestra sede con motivo de los actos conmemorativos de los 70 años de esta casa periodística y, sin pelos en la lengua, había anunciado la lucha contra el narcotráfico. Vanguardia, por supuesto, no ahorró página alguna para denunciar a estos delincuentes.
Desde entonces, los violentos intentaron silenciar nuestra voz y borrar nuestra tinta; por fortuna sin éxito.
Sin embargo, el estallido de un carro bomba, que fue abandonado frente a la puerta principal del diario, sí destruyó parte de nuestras instalaciones. Era un Renault 4 amarillo, que contenía 100 kilos de explosivos.
A las 6:10 a.m. de aquel fatídico lunes festivo, Bucaramanga entera se despertó horrorizada con el vil atentado que sacudió buena parte de la manzana.
El joven y valiente celador José David Forero, quien en un momento heroico intentó desactivar los explosivos, murió en el acto. La detonación también cobró la vida del entrañable José Noé García, quien llevaba más de 20 años laborando en la rotativa y, de paso, dejó mal herido al vigilante José Antonio Bolívar y a otras personas que estaban en el diario.
La detonación dejó un cráter de más de tres metros de diámetro y enormes destrozos en el edificio de Vanguardia y en varias casas a la redonda.
La estructura se quedó sin techo; las oficinas, la Sala de Redacción y el centro de cómputo sufrieron daños.
La rotativa no afrontó mayores averías y tras un esfuerzo mancomunado de los directivos, los empleados y los periodistas, comandados por Alejandro Galvis Ramírez y bajo la dirección periodística de Silvia Galvis Ramírez, lograron publicar una separata al siguiente día.
Había que ver a todo el equipo de Vanguardia removiendo escombros, barriendo los vidrios, tratando de limpiar aunque fuera un pequeño espacio para adecuar las máquinas y ponerse manos a la obra para ajustar en letras de molde lo que sería la edición del siguiente día.
Pese a que los violentos intentaron apagar a este diario, no pudieron hacerlo. El martes, 17 de octubre, 24 horas después de la barbarie, el periódico circuló. Obviamente nos correspondió reseñar la estela de duelo y dolor que aquel hecho nos sembró en el corazón de Bucaramanga, pero 31 años después de ese día podemos decir que “aquí estamos” e incluso hoy ratificamos que ni un solo día de los 101 años que lleva Vanguardia se ha dejado de circular.