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Bucaramanga
Sábado 20 de mayo de 2023 - 12:00 PM

Sara Elena Mendoza Crespo, una cirujana a corazón abierto

Tiene el placer de tener en sus manos, casi a diario, un corazón. Sus estudios en medicina no son lo único que la definen: la pasión por el ballet y la arquitectura, la escritura de artículos científicos, el reconocimiento de un gremio donde los hombres predominan y la compañía de su familia le han permitido convertirse en un referente en toda Latinoamérica.

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¿Cómo definir el momento en el que se ve latir un corazón minutos antes de detenerlo y ser tomado por una especialista que se dispone a recuperarlo? Podría explicarse como el encuentro por primera vez entre el pecho de una madre y el de su recién nacido, y la creación de un vínculo que ambos saben será para toda la vida.

Quizás sea como descifrar el descanso que siente el cuerpo cuando el humano que lo posee logra apaciguar el dolor de un duelo que se negaba a vivir, debido a la pérdida de un ser querido. O, por el contrario, puede ser la sensación de felicidad que enchina la piel cuando las miradas de dos futuros enamorados se encuentran y no saben que serán los protagonistas de una intensa -o no tanto- historia de amor.

Estoy de acuerdo con la escritora y poetisa Piedad Bonnett cuando dice que algunos hechos acorralan las palabras, porque difícilmente puedo definir la emoción de estar dentro de un quirófano y ser testigo de lo que allí ocurre a diario: la intervención de un corazón ‘roto’, y no precisamente por el desencanto de una vida trajinada, sino por una cardiopatía congénita que impide que la sangre fluya de manera normal dentro del cuerpo. El paciente es un bebé con síndrome de Down, de cinco meses de nacido y con 6,7 kilogramos de peso. Su familia lo llevó de urgencia porque no podía respirar y era necesario intervenir quirúrgicamente para evitar infecciones y un desenlace fatal.

La cirujana cardiovascular pediátrica Sara Elena Mendoza Crespo sí sabe de qué se trata esto. Dice que lo primero que se debe hacer es empezar por entender que el corazón es un “órgano noble”, que en ocasiones “no se lleva bien con sus amigos, los otros órganos”, y que nunca deja de sorprendernos: “Un corazón se para y después lo ponemos a latir nuevamente. En el momento en que uno ya lo pone a funcionar, fluye la sangre dentro de sus cavidades, y nos deja ver si hicimos un buen trabajo. Por eso es noble, se muestra como es”.

La jefe de cirugía cardiovascular pediátrica y congénitas de la Fundación Cardiovascular de Colombia (FCV) sabe que mi emoción al ver lo que ella y su equipo hacen esa mañana del 19 de abril, es producto de la respuesta que dio mi corazón contento, acompañado de varias lágrimas que se escondieron detrás de mi tapabocas y de una sonrisa nerviosa. “¡No lo puedo creer! Es un corazón muy pequeño. Se quiere salir”, dije en voz alta, y mirándome a los ojos, la anestesióloga Jenny Pacheco respondió: “Es muy lindo, ¿no?”.

Mi curiosidad me llevó a permanecer durante casi siete horas dentro de ese quirófano de color azul cielo, impregnado de la energía silenciosa que cada integrante del equipo aporta y de unas cuantas canciones de pop de artistas como Taylor Swift, Miley Cyrus y Coldplay. Liderados por la doctora Sara, una ‘arquitecta de corazones’, el también cirujano cardiovascular Álvaro Montero, la anestesióloga Pacheco, la instrumentadora Daniela Godoy, la perfusionista Alba Lucía Cuadros y la jefe Claudia Sánchez, se dispusieron a salvar la vida de este bebé.

La protagonista de esta historia sabía que tenía a sus espaldas a una persona que había puesto su interés en lo que ella representa para la comunidad médica del país y del continente. En 2022 se robó los titulares de la prensa nacional e internacional al ser reconocida como la primera en implantar un corazón artificial en Latinoamérica. Lo hizo en el pecho de Sofía González Valencia (11 años), cuya condición llamada miocarditis viral, conocida como la dilatación del órgano que le impide el bombeo de sangre con normalidad, le producía fuertes dolores en el estómago y fatiga, incluso, al caminar.

En ese momento, la doctora Mendoza dijo que esta cirugía le había representado un reto, especialmente porque el dispositivo que se le implantó a Sofía estaba diseñado para adultos y tenía un tamaño estándar que debía entrar en el pecho de la niña: “Es una situación que no es fácil de controlar porque no se sabe con exactitud con cuánto espacio contamos”.

Le dije que admiraba a las mujeres de bata azul, a las médicas que se abrían camino en escenarios donde los hombres siempre han tenido un lugar asegurado y el control casi que absoluto de la medicina. Ella tiene el privilegio de sostener en sus manos casi a diario un corazón, y cuando llega la oportunidad, puede trasplantarlo, alojarlo en el pecho de las personas que necesitan uno nuevo para sobrevivir. Es una guerrera en un campo de batalla, dispuesta a dar consuelo a los padres que no logran entender por qué sus hijos presentan esas afecciones. Les presta abrigo, y aunque lo quiera o no, les mantiene viva la esperanza de vida de ese ser que ellos aman y que quieren ver crecer.

Me respondió tomándonos un café una tarde de sábado que no solo el conocimiento y sus estudios le han permitido llegar a donde está hoy, y que en su formación como cirujana, la vida le ha puesto varios retos a superar. Uno de ellos, trabajar con otras colegas.

Parece sencillo, pero no lo es. En Colombia, la igualdad de género en la comunidad médica aún presenta una brecha considerable. De acuerdo con el Ministerio de Salud, el 56 % de los médicos especialistas en áreas clínicas, quirúrgicas y diagnósticas son hombres, mientras que el 43,9 % son mujeres.

Para la doctora Sara mirar atrás y recordar otras épocas de su vida, cuando empezaba a dar sus primeros pasos en la cirugía y se acostumbraba a ser la “hermana menor” de sus colegas hombres, ha sido un desafío. No desconoce el apoyo que muchos investigadores y médicos le brindaron, pero “con los hombres cirujanos se hablaba lo necesario, se discutía poco”, dice. Hoy día no le basta solo con comentar lo indispensable. La acompañan la experiencia, el conocimiento y las conversaciones con sus congéneres. “He aprendido a sensibilizarme, a moderarme, porque era brusca (risas). He tenido que afinar un poquito, pues uno rodeado de hombres todo el tiempo termina hablando y actuando como ellos. No se mide al hablar y eso puede afectar a otras mujeres que me acompañan en mi labor. Sigo aprendiendo de todo esto”, asegura.

Esta egresada de la Pontificia Universidad Javeriana, que trabajó durante varios años en el Hospital San Ignacio y la Clínica Shaio de Bogotá, que estudió e impartió clases en las universidades de Pittsburgh y de Texas, en Estados Unido, no olvida que el ballet le dio la mayoría de bases que hoy agradece. La disciplina es una de ellas. De esto quedó el hábito del ejercicio y del cuidado del cuerpo.

No trasnocha. A las 9:30 de la noche ya está en la cama, en busca de un sueño reparador que casi siempre logra y que de vez en cuando se rompe cuando la llaman en la madrugada de la clínica por alguna urgencia o un trasplante. La actividad física le baja el estrés y la ansiedad que le queda luego de cinco o hasta ocho horas de cirugías. También medita, y nunca olvida la crema humectante para las manos.

La herencia costeña corre por sus venas. Pablo, su papá, un doctor e ingeniero agrónomo, oriundo de El Banco, Magdalena, y Quirina, su mamá, artista plástica, de Soplaviento, Bolívar, se conocieron en Bogotá y allí nacieron ella y su hermano. De niña, su familia se trasladó a Estados Unidos por estudios de su papá, y en la adolescencia, de regreso a Colombia, la matricularon en el Colegio San Jorge de Inglaterra, en Bogotá, en el que fortaleció el inglés, que es su segunda lengua.

Al regresar a la época de juventud y estar a punto de escoger una carrera, Sara Elena tuvo un conflicto personal porque le gustaba la bohemia, lo esotérico y el rock. No se veía como una médica. Practicaba danza clásica, leía filosofía, escuchaba bandas como Depeche Mode y buscaba apropiarse de todo aquello que le despertara curiosidad y creatividad.

Se decidió por la arquitectura, pero a los pocos meses de iniciar el semestre, la abandonó. Dice que se tomó el tiempo suficiente para escoger a qué dedicaría sus días y se presentó a la carrera de medicina. Lo hizo en tres universidades, en todas pasó el examen de admisión y finalmente se quedó a estudiar en la Universidad Javeriana.

“En esta carrera siempre me vi sola, no buscaba competir con nadie ni llegar a un sitio en particular, pero sí quería ser la mejor, someterme a los estándares más altos. Las trasnochadas y las frustraciones valieron la pena. Trabajo con mi corazón para mejorar el corazón de los demás. Eso es una bendición”, asegura.

La pasión y la bendición

“Los niños son grandes maestros en medio de las adversidades que enfrentan, pero uno, en su psicología, acepta más fácilmente la muerte de una persona mayor que la de un niño”. Esto responde Sara Elena al preguntarle sobre cómo maneja en su vida el hecho de ser mujer, madre y cirujana cardiovascular pediátrica, lo que además la lleva a recordar sus inicios en la cirugía con adultos. En esas situaciones, explica, los especialistas acostumbran a tratar directamente con el paciente y el contacto con los familiares, en la mayoría de los casos, se da en el posoperatorio. Pero, al estar en contacto con el padre o la madre de un niño, la carga emocional es alta, en especial, cuando reciben el diagnóstico y se les explica que su hijo nació o padece una enfermedad cardíaca importante.

“Obviamente, uno lo siente por el niño, pero realmente lo siente más por los papás. El niño no tiene toda conciencia de lo que va a pasar ni de lo que está pasando, y los papás a veces no entienden qué tan grave es la enfermedad. Ellos mantienen la esperanza de vida. En ese sentido, usted tiene a alguien que siempre le está diciendo ‘cuídeme a mi hijo. Le estoy entregando mi ser más preciado, ¿por favor me lo cuida?’. No es fácil”, agrega.

Ningún médico quiere que su paciente tenga un desenlace fatal, lo que implica sentir siempre la presión de salvar una vida. Aunque la doctora Mendoza también reconoce que en ocasiones no hay mucho por hacer con el paciente. “Es una visión personal la que tengo, pero los niños con afectaciones en el corazón son muchas veces obligados a salir de su niñez. La vida los obliga a que se olviden de ser niños. Pese a eso, insisto, son grandes maestros en mi vida y en mi profesión”, añade.

Con el mapa mental que a veces dibuja en un papel -una de las técnicas de organización en su vida diaria- esta cirujana y su equipo avanzan en el quirófano. Ese día proyectaron que la cirugía podría tardar más de cinco horas y así ocurrió. Entre los muchos procedimientos que debían practicarle al bebé de cinco meses, estaba hacer una especie de pared dentro de su corazón, porque el órgano se formó con un hueco en toda la mitad, lo que le afectaba el flujo circulatorio y la llegada de la sangre a sus pulmones.

Entró al quirófano de urgencia. No se podía perder tiempo, era un paciente de mucho riesgo, con una sintomatología severa. “A veces se presentan cosas que uno no puede calcular con toda certeza, cuántos son los riesgos que se están corriendo con el paciente, porque hay cosas como una infección que no hemos visto y que se pueden manifestar más adelante, y es urgente atenderlas”, comenta.

A las 4 de la tarde, cuando todo el equipo pensó que había terminado la jornada, una ecografía les evidenció que algo en el procedimiento no había quedado del todo bien. Fue el momento en el que los especialistas me pidieron salir de la sala para decidir el último paso a seguir en esta intervención.

Lo que ví en un quirófano vecino no fue menos emocionante que un corazón latiendo. Una mujer con ocho meses de embarazo había entrado a sala de parto y todo estaba dispuesto para ayudarla a traer a su bebé al mundo por una cesárea. A través de un cristal se podía ver al médico que tapaba con su cuerpo el vientre de aquella madre morena y con rostro de angustia. Su pareja la tomó de la mano, y en un abrir y cerrar de ojos se escuchó el llanto de aquel recién nacido. Aún con el cordón umbilical y estremeciéndose en las manos de las enfermeras, se robó la sonrisa de todos los que lo veíamos por primera vez. Lo acercaron a su mamá, ella lo puso un momento en su pecho, le dio un beso y se despidieron.

Lo que escuché en aquel pasillo no fueron buenas noticias. Tuvieron que sacarlo del vientre de su madre semanas antes por una afección que presentaba en el corazón. De ese quirófano salió directo a más exámenes para salvar su vida.

Al dar la vuelta y mirar para el quirófano en el que estaba la doctora Sara, se podía ver a todo el equipo dejando sus instrumentos y dispuestos a salir. En sus caras se veía la satisfacción por la labor cumplida. La última en abandonar la sala fue la ‘arquitecta de corazones’. “He sido bendecida al poder ejercer esta profesión”, concluye sonriendo y arreglando su cabello crespo. “Poder lograr mi sueño de ser cirujana, ha sido realmente una bendición”.

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Publicado por Xiomara Montañez Monsalve

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