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Colombia
Sábado 12 de junio de 2021 - 12:00 PM

Dennis le sigue ganando la batalla al conflicto y a la enfermedad

Ni el homicidio ni la desaparición ni el desplazamiento forzado ni la poliomelitis han logrado detener a esta santandereana, de 42 años, que ha sabido invertir las indemnizaciones recibidas por estos hechos victimizantes.

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Cortesía Jenny Adriana Rico Núñez / VANGUARDIA
Cortesía Jenny Adriana Rico Núñez / VANGUARDIA

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“En este momento trabajo para salir adelante, quiero, en un futuro, no ser la que arregla uñas, sino ser la persona que administra y que está pendiente de su propio salón de belleza, contar con un gran equipo de trabajadoras y generar ingresos para tener más rendimiento en mi negocio”, dice Dennis González Torres, la protagonista de esta historia, exhibiendo una sonrisa adornada por un brillo en sus ojos que delata su afán por comerse el mundo.

Sin embargo, ese brillo alguna vez fue opacado por el luto: sus padres Angelina Torres y Édgar González Ortiz, quienes eran separados y no vivían en la misma ciudad, fueron asesinados; su madre, en 1995, en Santa Rosa del Sur (Bolívar), cuando Dennis tenía 14 años. Y su padre, en 1997, en Girardot (Cundinamarca). También sufrió la desaparición de su abuelito.

El destino de esta mujer, oriunda de Barrancabermeja (que hoy cuenta con 42 años de edad), comenzó a fraguarse desde su feliz infancia en una finca en el Carmen de Chucurí, Santander, donde vivió con sus abuelos y su hermano Carlos Fernando, en medio de cultivos de cebolla, mango, caña, cacao, plátano, café, banano y naranjas.

En 1990, esa tranquilidad con la que vivían se vio interrumpida por la llegada de las Autodefensas a ese territorio. Entonces ya era una adolescente.

Estos grupos impusieron su ley y los pobladores de esta zona rural del Carmen de Chucurí debieron acogerse a las reglas impuestas por ellos, que buscaban, entre otras cosas, obtener la mitad de todo lo que tenían los habitantes.

“Por ejemplo, si mi nona criaba cerdos o gallinas y los vendía, se les debía dar la mitad; si se recogía un cultivo y lo vendía, pasaba lo mismo, debíamos dar la mitad”, recuerda Dennis.

Lo que era una niñez inigualable, con los juegos y bromas acostumbradas y una paz absoluta, se convirtió en momentos de angustia y violencia total.

“El día que estas personas entraron allá a la finca, primero pusieron de rodillas a mi ‘nona’ y a mi hermano, y les dijeron que tenían que acatar las cosas como ellos decían”.

En ese mismo año su abuelo desapareció sin rastro y su tío fue llevado a la fuerza para responder a una investigación que requería el grupo armado.

“Dijeron que solo era para responder a unas preguntas y que ya lo devolvían, y pues la verdad aún lo esperamos, pues nunca más supimos de él”, relató Dennis.

Fue así como una madrugada de 1990 tuvieron que vivir el flagelo del desplazamiento forzado. La abuela de Dennis decidió tomar las pocas cosas que tenía y a su par de nietos y huir de la finca, pues no quería que los mataran”.

Al llegar a Barrancabermeja estuvieron en viviendas de varios familiares. El trato al principio era bueno, pero con el tiempo se deterioró, a tal punto que la abuela de Dennis, aburrida de esta situación, decidió invadir un lote en compañía de sus dos nietos. Y así pasaron los años.

Una llamada que le cambió su vida

Una tarde de diciembre de 2020, Dennis recibió una llamada de la Unidad para las Víctimas que le anunciaba su indemnización administrativa por el hecho victimizante correspondiente al asesinato de su padre, que ella como hija única, debía recibir.

El día de la cita para recibir la carta de indemnización, Dennis estuvo atenta a cada recomendación que hacían quienes, por parte de la Unidad, lideraban un espacio de instrucción acerca de la inversión adecuada de recursos, labor a cargo de la Dirección Territorial de la Unidad para las Víctimas en Magdalena Medio.

“Cuando recibí la indemnización había una psicóloga que nos dio una charla y nos orientó en las posibles formas de invertir nuestro dinero, sin pensarlo dos veces decidí ampliar mi casa, que era muy pequeña, pero con mucho patio para poder construir. Tenía dos cuartitos, una sala pequeña y la cocina dentro de la sala. Ya estábamos muy apretados. Ahora a mi hija ya le tengo cuarto, también tengo el mío y una cocina grande, como la quería y soñaba”, expresa Dennis, con un tono de satisfacción.

Dennis también es víctima de desplazamiento forzado, hecho por el que fue contactada por la Unidad, en el mes de marzo de 2021, para entregarle su segunda indemnización administrativa, la que destinó para su curso de vida: su salón de belleza.

“Con esta segunda indemnización, logré adecuar mi negocio, pues pese a que lo tenía, estaba sin retocar. Lo mandé a pintar, estucar, a que se vea más bonito, organizado, con más surtido y materiales, para que se vean buenos productos y así mis clientes se sientan mejor cuando los reciba, que se sientan satisfechos”, dice Dennis.

Ella, como buena santandereana y como reza una estrofa del himno de Santander, “siempre adelante, ni un paso atrás”, ha tenido varias dificultades, y aunque es una mujer con condiciones o capacidades especiales (pues cuando solo contaba con un año de edad sufrió de poliomielitis, lo que le dejó paralizado su cuerpo de la cintura hacía abajo), asegura que las ha sabido sortear poco a poco. “Con la ayuda de Dios he podido salir adelante, hay personas que por ver mi discapacidad piensan que no puedo hacer muchas cosas, pero estuve antes como trabajadora en un salón de belleza y les demostré que mi discapacidad no es impedimento para hacer las cosas, pues considero que las hago normal, como cualquier otra persona. Así soy yo, una mujer muy echada para adelante y mi meta es ver mi salón grande”.

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Publicado por Especial para Vanguardia

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