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Fútbol colombiano

Cuando el más grande se llama Américo Montanini

En esta columna, publicada el 17 de septiembre de 2012 por Vanguardia, Felipe Zarruk realizó un repaso por la vida de Américo Montanini, máximo ídolo de Atlético Bucaramanga.

Era una mañana fría de 1933, para más señas 4 de abril, y desde la noche anterior, doña María Ruetti sentía unos dolores terribles que le anunciaban que en pocas horas nacería su bebé. Inquieto se movía de lado a lado en su vientre y no la dejaba casi ni respirar.

Las parteras del hospital de mujeres Bernardino Rivadavia ubicado en la calle Mitre a dos cuadras de la iglesia San Miguel en Buenos Aires, Argentina, corrían de un lado a otro y las monjas del lugar apretaban las manos de la mujer que pujaba y sentía que el pequeño ser que venía en camino desgarraba sus entrañas al tiempo que asomaba su cabeza, y después de recibir la famosa nalgada por parte del médico de turno, el robusto José Américo Montanini dio su primer alarido que retumbó en los pasillos de ese pequeño hospital de caridad fundado en 1774.

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Su padre, don Américo, se sentía el hombre más feliz del mundo, ya que era su primer hijo varón que le haría compañía a una hermana nacida tiempo atrás.

Los primeros años del pequeño Américo fueron hermosos, saltando y jugando en las avenidas empedradas de su barrio Mataderos en la calle Timoteo Gordillo 24 – 41, las cuales puedo describir con exactitud, ya que en octubre de 2008 estuve en donde el chico Montanini jugó a la pelota, gambeteó guayacanes coloridos en verano y eludió con destreza a sus amiguitos en invierno. Aquellos días lo observaba su mejor amigo, Oswaldito Leonetti, quien en su silla de ruedas aplaudía y sonreía, mientras Américo dejaba sentados a los rivales de barriada y boquiabiertos a los que presenciaban las pilatunas de un jovencito que salía volado para la escuela y por el camino limpiaba sus embarrados zapatos con el suéter que llevaba amarrado al cuello para combatir el frío de la Buenos Aires de los años 30.

Cuando el más grande se llama Américo Montanini

Su padre, un cariñoso y humilde hombre de estancia, trabajaba de sol a sol en el frigorífico nacional cerca a su casa, y su madre le cocinaba estofados de amor a un sencillo hogar que tenía lo necesario para vivir tranquilo.

Paso por el River Plate

A los 13 años, Américo se va a probar en River Plate y encuentra a Carlos Peucelle, quien de inmediato se dio cuenta de las condiciones excelsas de un ‘cañonero’ –goleador– en potencia y sin dudar lo llamó a un lado después del entrenamiento. Cuando ya la neblina que baja por la avenida Figueroa Alcorta ocultaba la portería de ese costado en el estadio de Núñez, Peucelle mirándolo a los ojos le dijo sin titubear: “Pibe, mañana volvés porque tenés talento y te quiero acá...”.

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El pequeño Américo le dijo que sí mientras limpiaba el barro de sus botines y secaba su rostro para salir volado a su casa, ya que estaba como a una hora en el tren que salía de Constitución y en donde dormía una pequeña siesta mientras soñaba con el equipo de la banda roja, el cual amaba por herencia, ya que su viejo era hincha de ‘Los Millonarios’.

Por esos años de adolescencia llegaría con el otoño la primera tristeza. Un mediodía cualquiera mientras la familia Montanini almorzaba unos ‘ñoquis’ y unas milanesas acompañadas de vino tinto mendocino, su padre dobló la cabeza hacia un lado. Todos pensaron que se había quedado dormido producto del cansancio por el trabajo en el frigorífico, pero don Américo acababa de fallecer producto de un infarto fulminante.

El joven Montanini tuvo que trabajar reemplazando a su padre en el mismo sitio y con el mismo sueldo, mientras que el fútbol pasaba a un segundo plano.

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Sin embargo, ante un llamado de Carlos Peucelle volvió a River Plate y se vino de gira a Colombia en 1955, en una nómina que se destacaban Terrile, Gallo, Russo, Spacarotella y Enrique Ómar Sivori.

Llegada a Colombia

Jugaron contra Santa Fe y Cali y se fueron invictos, pero todas las miradas se fijaron en un robusto y diminuto interior derecho... José Américo Montanini.

De regreso a su país se van a jugar a la ciudad de Rosario ante Newell’s Old Boys y allí se rompe el quinto disco lumbar que lo deja afuera del fútbol.

Cuando el más grande se llama Américo Montanini

Pero el destino tenía preparada otra cosa y Felipe Stemberg quien jugaba en el Atlético Bucaramanga, lo busca, lo convence y se lo trae hace 56 años.

Llegó un viernes de septiembre en 1956 cuando la ciudad estaba de feria –igual que hoy– y allí lo estaba esperando en el Aeropuerto Gómez Niño Norberto Juan Peluffo en la camioneta de la panadería La Preferida.

Se hospedó en el hotel Savoy; lo obligaron a debutar ante el Tolima, anotando el gol con que empataron ese día en el estadio Alfonso López. Jamás se le olvidará que un gordo descamisado cuando lo vio en la cancha lanzó un grito desde la tribuna oriental: “!Llévense esa vaca para la feria!”.

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Claro, Américo no había tocado un balón en dos años, pero al final de su carrera en 1969 sumó 179 tantos con el Atlético Bucaramanga, convirtiéndose en el máximo cañonero de la historia. En 1958 hizo 38 goles, lo que lo llevó a ser el goleador de ese año.

Fue técnico del Atlético en 1981 con Roberto Pablo Janiot y en 1983 llevó al ‘once’ de sus amores al subcampeonato de la Copa de La Paz.

Construyó un precioso hogar con Gloria Hinestroza, quien partió a la eternidad hace cuatro años dejando a nuestro querido Américo sumido en la más profunda de las tristezas.

Cuando el más grande se llama Américo Montanini

Sus tres hijas, Claudia, Martha y Gloria Isabel le han dado el amor que un ser como él se merece, y goza de lo lindo con varios nietos que forman parte de su locura y a los cuales les entrega en cada jugada el corazón.

Es un hombre de fino humor y miles de anécdotas que florecen cuando nos acordamos de ‘Choclo’ Martínez, ‘loco’ Zazzini, Scrimaglia y ‘Cuca’ Aceros.

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Ríe como niño cuando recuerda que Zazzini sacó en pleno vuelo a Bogotá un pato que produjo pánico en el avión, a tal punto que más nunca esa compañía aérea llevó al Atlético. O cuando el mismo Miguel llegó a Colombia y le presentaron a todos los directivos de la época como el doctor tal, el vicepresidente, el doctor tal, cuando terminó de saludar a todos los de la junta, Zazzini apuntó: “¡En qué país me metí... Aquí todos son doctores!”.

Fue bautizado por Carlos Arturo Rueda C. como ‘La Bordadora’ y reconocido por periodistas y exjugadores de la época de El Dorado como el mejor jugador que vino a Colombia en toda su historia.

Hoy dejo consignado en estas líneas lo siguiente: Sé dónde naciste y dónde creciste porque fui hasta allá y pisé el lugar en donde diste las primeras patadas a un balón. De lo que sí estoy seguro es de una cosa, que Dios te dará larga vida para poder abrazarte, besarte y decirte que sos lo más grande que ha pisado nuestra tierra. Gracias por ser un personaje extraordinario, humildemente bello y desaforadamente tierno. Dios nos dará el privilegio de que mueras aquí para poder gritarle al mundo que nos perteneces y que nada ni nadie nos podrá arrebatar tu amor... Sí, el mismo que tú le tienes a esta ciudad, a esta maravillosa gente y al equipo más lindo del mundo: el Atlético Bucaramanga.

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