De verde a un tono ocre. De 20 a -7 grados centígrados. De lluvias a temporada seca. De un solo abrigo a varios, más ruana y gorro. De un cielo gris y nuboso a un sol recalcitrante.
Así cambia la geografía y el ambiente del corregimiento de Berlín, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, ubicado en el municipio de Tona (Santander), cuando llegan las heladas para fin de año y comienzo del otro.
Esto sucede anualmente en el páramo de Berlín, donde la principal fuente económica es la cosecha de cebolla junca o larga. El único cultivo, según campesinos, que resiste a las bajas temperaturas. También se da la papa, fresa, hortalizas y pastizales, en menor medida porque son cultivos que no soportan las heladas.
Y con este fenómeno atmosférico regresa el calvario para campesinos, agricultores y productores de la zona, debido a que las bajas temperaturas queman los cultivos y cambian el color y olor de la tierra.

El patio de la casa, que funciona como una pequeña tienda sobre la vía principal entre Bucaramanga y Pamplona, de la productora Claudia Vanegas Suárez es un cultivo de cebolla larga. Vestida con un abrigo azul señala las matas quemadas, algunas de color amarillo y otras encogidas, más un cultivo de habas chamuscado, de color negro y sin vida.
Recostado sobre una pared que da al patio está su esposo, Raúl, quien también muestra los estragos de las bajas temperaturas. Él precisa que cultivar una sola hectárea cuesta alrededor de $100 millones. Y si esto se hace a final de año, se pierde todo porque entre más joven es la planta menos resiste las heladas.
Claudia camina al borde de la cosecha y rememora los colores y olores del cultivo, por eso afirma: “El olor cuando el sol quema las matas congeladas es similar a cuando uno sofríe o cocina una cebolla larga para hacer huevos revueltos en el desayuno; y el color que toma la naturaleza es ocre o amarillo, cambiando la vista hacia las montañas”.
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Los días más duros fueron del 23 al 25 de diciembre, cuando los habitantes de Berlín registraron en sus termómetros -7 grados Celsius. Y al salir el sol a eso de las 6:00 a.m., los cultivos se cubrían de una pequeña capa de hielo y una neblina espesa.
El empresario Nicolás Mantilla cuenta que ese hielo funciona como una lupa y va quemando las matas a medida que se derrite y avanza el día. La paradoja de este momento es que en temporada seca la helada se siente más fuerte entre 4:00 a.m. y 6:00 a.m., y al pasar unas horas la temperatura sube máximo a los 20 centígrados.
“He vivido acá en el páramo toda mi vida, amo esta tierra porque acá nací, tengo mis dos hijos y mi familia, y heredé el oficio de este cultivo. Pero cada vez que suceden las heladas, llegan las crisis económicas, porque de 100 matas, solo se pueden recoger 30 para armar las ruedas de cebollas”, narra Claudia, mientras sirve un tinto en un vaso plástico para calmar el frío.
En el corregimiento de Berlín está la Asociación de Cebolleros de Santander y por lo menos 3.000 familias subsisten de los ingresos de los cultivos de cebolla junca, quienes sacan diariamente entre 5 mil y 6 mil ruedas, que en este momento se comercializan de $100 mil a $140 mil en promedio en las plazas de mercado del norte y centro del país.

Según los cálculos de Claudia, hace cinco años las heladas son más intensas y cuando se juntan con los bajos precios se acentúa más la crisis, como hace un año, cuando una rueda costaba entre $30 mil y $40 mil, es decir, $70 mil menos en comparación con el 2022.
“Los bajones de precios con las heladas nos pegan duro. Incluso la producción se reduce entre 50% y 70%. Es un golpe duro que afecta la economía. ¿Por qué? Porque la cebolla se maltrata, las hojas frondosas se caen por el hielo, quedan débiles y aplastadas, entonces las matas son más frágiles. Por ejemplo, si de un cultivo sacaba 100 ruedas, en este momento se saca entre 50 y 70, porque las heladas hacen que se merme la mata y toca trabajar a pérdidas”, cuenta Claudia, quien llama desde lejos al agricultor Osmen González.
Este campesino, quien lleva 15 años en este cultivo, comenta mientras labra la tierra con un azadón para sacar las matas dañadas y las buenas que las heladas retrasan un mes la cosecha, que dura entre cuatro y cinco meses. Por ejemplo, lo que se sembró en noviembre y está programado para marzo, se recogerá entre abril y mayo.
“Nosotros ayudamos a las matas a resistir con más gallinaza, pollinaza y mucha agua. Durante el día prendemos el sistema de riego para que la mata se hidrate mucho. Y a la tierra se le echa más abono y agroquímicos para que la cebolla tenga más fuerza para resistir”, dice Osmen.
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Esos sobrecostos, agrega Claudia, por la inflación no se alcanzan a recuperar. “Apenas se arrancó la cebolla, se inicia a fumigar y echar fertilizantes, en cada fumigada se van entre $100 mil y $180 mil. Son tres meses para que llegue la cosecha, entonces hay que multiplicar por cuatro semanas, luego por tres meses. Otros costos son el obrero, que ahora cuesta $70 mil el jornal y el sistema de riego. Antes del alza de precios, los fertilizantes los compraban en $50 mil”.
Este año la felicidad del bolsillo va por cuenta de los altos precios, por lo que todavía no se trabaja a pérdida, no obstante, hay cálculos de afectaciones por $600 millones en las cerca de mil hectáreas cultivadas.

Evelio Arias Toloza tiene 55 años y 20 de ellos los ha dedicado a sembrar cebolla y criar reses de raza Normando.
El sustento de su familia depende de la agricultura y la ganadería. Tiene varios surcos de cebolla junca y destina un espacio para la siembra de pasto brasilero que le sirve como comida para sus animales.
Aunque parte de la cebolla se afecta con las bajas temperaturas, el pasto no corre con la misma suerte. Este se amarilla, se seca, se quema y muere cada vez que las heladas arrecian.
Desde hace cerca de una semana don Evelio tuvo que recurrir a comprar algo de alimento para evitar que su ganado muera de hambre. Sin embargo, los altos costos de este producto lo llevaron a tomar una radical decisión.
“Me toca vender mis tres animalitos porque no es rentable tenerlos sin pasto. Cada vez que este clima nos afecta me toca hacer lo mismo”, afirmó Arias Toloza.
Como todo el páramo se afectó con el fenómeno natural, la venta de los animales no se podrá adelantar en la zona. “Tengo que buscar un lugar en el que las reses puedan tener alimento. Además, toca resignarse a, de pronto, venderlos a pérdida”, indicó el labriego.
Los campesinos no se muestran esperanzados en que las condiciones del clima mejoren porque, como afirma don Evelio, “las heladas se extienden hasta marzo y en ese mes a veces es más duro porque cae el ‘hielo negro’ que acaba con cualquier tipo de plantación”.
Los campesinos de la zona aseguran que no han recibido la primer ayuda para afrontar esta dura situación y por eso solicitan, entre otros, insumos para sus cultivos y alimento para que reses, ovejas y caballos no se mueran de hambre.

Durante los cerca de cinco años y medio que lleva Nicolás Mantilla con su proyecto turístico ecosostenible del refugio Piedra Parada en el páramo de Berlín le ha tocado hacerle frente al impacto de las heladas en su negocio.
“Al principio se nos congelaban las tuberías y se reventaban, se dañaban algunos electrodomésticos y algunos turistas desistían de hospedarse aquí por miedo a la baja en la temperatura”, narró Mantilla Renó.
Sin embargo, el aprendizaje lo llevó a establecer planes de contingencia para minimizar las afectaciones. “Ya sabemos que cuando llegan las heladas debemos cerrar el suministro de agua en las mañanas para evitar que las tuberías se congelen, tener calentadores de agua de respaldo por si se daña alguno y hasta disponer de cobijas adicionales para nuestros huéspedes”, añadió.
En su experiencia de trabajo con los habitantes de la región, Mantilla evidenció que, dependiendo de las condiciones económicas de cada hogar, las heladas golpean con mayor o menos fuerza, ya que no todos tienen acceso a sistemas de calefacción en sus hogares y, por ello, muchos de ellos recurren a estrategias como empacar agua caliente en recipientes plásticos o de vidrio para que la temperatura suba mientras descansan.
El empresario manifestó que en Piedra Parada se implementó un sistema ‘piloto’, en asocio con la Universidad Industrial de Santander, de adecuación de páneles solares para generar agua caliente para las cabañas del refugio y, a futuro, replicar el sistema en las viviendas campesinas para que las condiciones extremas de frío no afecten la calidad de vida de los pobladores.
En tal sentido, el jefe de la Oficina de Gestión del Riesgo de Santander, Fabián Vargas indicó que “frente a las afectaciones en cultivos de papa y cebolla en Tona se busca adelantar un censo conjunto con la Secretaría de Agricultura de Santander y la Alcaldía del municipio para evaluar los daños y enviar ayudas humanitarias”.
Es de recordar que hace cerca de tres años se produjo una de las temperaturas más bajas durante las heladas en Berlín y se ubicó en -14 grados.