Una mirada a la complejidad del
El texto bíblico sigue siendo fuente inagotable para el arte. En el caso particular de la propuesta pictórica de José Sarmiento es indudable, aunque sus referentes no son para ahondar en un concepto religioso, sino para reflexionar sobre esas dimensiones que habitan en todo ser humano y que, por momentos, pueden transitar entre el bien y el mal.
Al respecto de este juego con las palabras y con los nombres de afamados personajes bíblicos, el afamado novelista portugués José Saramago escribió una célebre novela titulada “Caín”. En ella, el ganador del premio Nobel indaga por ese transitar vagabundo de Caín, reconocido por todos como ese ser que cometió un atroz crimen. Más que su acto, Saramago inquiere en ese poder inefable de las palabras: «Algunas, solemnes, nos interpelan con aire pomposo, dándose importancia, como si estuviesen destinadas a grandes cosas y, ya se verá más tarde, no son nada más que una brisa leve que no conseguiría mover un aspa de molino, otras, de las más comunes, de las habituales, de las de todos los días, acabarán teniendo consecuencias que nadie se atrevería a pronosticar, no habían nacido para eso y, sin embargo, sacudieron el mundo». Es por ello que el espectador que visite la exposición individual “Abel, Caín” llegará con unos referentes que vislumbran esos mundos de luz y oscuridad que se hallan en todo ser humano. Términos que son de uso común, en las obras de Sarmiento crearán escenarios solitarios y habitados, lúgubres y coloridos. Los contrastes y la imposibilidad de delimitar o etiquetar algo están a la orden del día en esta exposición que posa su mirada en el horizonte de las contradicciones.
María Fernanda Domínguez, curadora de la exposición, señala que «José Sarmiento toma la historia de Caín y Abel como punto de partida para pintar cuerpos deseantes y momentos revelatorios». Esos cuerpos masculinos, bajo tintes expresionistas, gritan al vacío al no comprender sus actos, al hallar que el sinsentido se apodera de sus frágiles existencias. Esos torsos desnudos que traspasaron el ámbito del deseo y encontraron en el placer su luz y su oscuridad, su perdición y su paraíso. Ese edén anhelado bajo nuevos colores, nuevas texturas y nuevas expresiones. Sus protagonistas no dan la cara, dirigen su mirada al vacío de unos espacios inexistentes. La mácula imborrable de sus actos cometidos son llagas que laceran, como aquel famoso tábano en el cuerpo de Prometeo.