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Cultura
Jueves 26 de enero de 2023 - 12:00 PM

Regresan las novelas de Manuel Puig

La editorial Seix Barral recupera las novelas de Manuel Puig en nuevas ediciones con prólogos y diseño renovado.

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Manuel Puig es considerado un escritor de vanguardia por sus temas relacionados con el cine. Foto tomada de Internet/VANGUARDIA
Manuel Puig es considerado un escritor de vanguardia por sus temas relacionados con el cine. Foto tomada de Internet/VANGUARDIA

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Manuel Puig es considerado un escritor de vanguardia por sus temas relacionados con el cine. Foto tomada de Internet/VANGUARDIA

Manuel Puig (1932-1990) es uno de los escritores en lengua castellana más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Poseedor de un estilo propio y diferenciado del de sus contemporáneos, sus trabajos fueron maltratados en su momento por una crítica conservadora que se resistía a aceptar como valiosa una obra que incorporaba referencias a la cultura popular, las cuales abarcaban desde el tango a las telenovelas, pasando por las películas de Hollywood o las revistas de actualidad.

Nacido en General Villegas un 28 de diciembre de 1932, Manuel Puig pertenecía a la segunda generación de emigrantes que habían llegado a Argentina procedentes de España. “Mi abuelo era de Barcelona. Un anarquista. Se casó con una gallega jovencita”, recordaba el escritor, que nunca más volvió a tener contacto con aquella parte de su familia que había quedado en Cataluña y Galicia.

Su padre, Baldomero Puig, era un comerciante de vinos que había contraído nupcias con María Elena Delledonne. Nacida en la ciudad de La Plata, Mae, como era conocida entre los amigos y familiares, se había licenciado en Química antes de trasladarse a General Villegas, donde comenzó a trabajar en un hospital, algo infrecuente para una mujer de la época, más aún en una ciudad de provincias a cuya atmósfera opresiva, Mae nunca se acostumbró.

Para proteger a su hijo Manuel de ese asfixiante ambiente provinciano, María Elena optó por el cine como la ventana a través de la cual el muchacho podría conocer países exóticos, ciudades cosmopolitas, mundos de fantasía y otros modelos de comportamiento, alejados del machismo, la homofobia y la violencia imperante en General Villegas. De esa forma, Manuel acudiría casi a diario, acompañado bien por su madre, bien por su niñera, a las diferentes sesiones de los cines del lugar, promoviendo así una afición que continuaría cuando, llegado el momento de estudiar la escuela secundaria, el joven fue enviado a vivir a un barrio del Gran Buenos Aires.

Después de probar suerte en las carreras de Arquitectura y Filosofía y Letras con poco éxito, Puig consiguió una beca para estudiar en el Centro Sperimentale di

Cinematografia de Roma, ciudad a la que llegó en 1956 y en la que, gracias a sus conocimientos de idiomas, trabajó en coproducciones italo-americanas. “Hice de ayudante de dirección en películas justamente olvidadas. Trabajé con Gina Lolobrigida y Kay Kendall. Pero mi camino no era ese”, recordaba Puig, que no tardó en darse cuenta de que el mundo del cine exigía un ejercicio de autoridad y carácter del que carecía.

Llegado a ese punto, el autor abandonó el sueño de ser director de cine y se dedicó a la escritura de guiones.

“Paralelamente, escribía guiones con intención de venderlos. Mientras escribía sentía un gran placer. Pero terminados, vistos a distancia, los detestaba. Eran copias de grandes filmes ya realizados. O sea, que lo que me daba placer era la copia y no crear. Los resultados eran malos, mediocres. Y no gustaron, por su estilo

hollywoodiense; además en ese momento, el final de la década del 50 estaba muy desprestigiado ese estilo de cine”, relataba Manuel Puig que, acabó dándose cuenta de que su vocación por el cine había sido “un malentendido”: “Lo que yo pretendía, en el fondo, era prolongar mi rol de espectador, fuera de todo conflicto, a oscuras”.

Tras su paso por Europa, Manuel Puig se estableció en Estados Unidos. En la ciudad de Nueva York comenzó a trabajar en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy en el que, en 1963, coincidiría con una de las estrellas que habían marcado su infancia y adolescencia: Greta Garbo. “Mi contacto con ella fue desde atrás del mostrador de la recepción. ¡Qué trágico el haber llegado a conocerla así! No quedaba de ella nada de lo de antes, solo esa manera de hablar. Cuando hablaba era alguno de los personajes de sus filmes. Cualquiera de las banalidades que dijo fue dicha en tono “película”. Yo, con tal de estar más con ella, le llevé el bolso, que no pesaba nada, así que la excusa era pésima”, recordaba.

Aunque en un primer momento su intención era escribir un nuevo guión que se alejase de esos pastiches anteriores, cuando empezó a desarrollarlo, Puig tuvo una sensación inédita hasta entonces: por primera vez percibió la voz del personaje sobre el que estaba escribiendo. Después de treinta páginas de monólogo en

las que se dejaba llevar por la musicalidad de las expresiones y los giros cuyo origen estaba en su infancia en General Villegas, se dio cuenta de que ese material excedía las limitaciones de un guión de cine y que debía ser tratado como una novela.

“Así, en tres años, llegué a terminar La traición de Rita Hayworth. Una vez que la hube concluido, volví a la Argentina. Era 1965”.

Gracias a la mediación de su amigo, el director de fotografía Néstor Almendros, el manuscrito de La traición de Rita Hayworth fue a parar a manos de Juan Goytisolo. El escritor español intercedió para que el libro participase en la edición de 1968 del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, en el que quedó finalista por detrás de Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. Entre medias, Puig ya había comenzado la escritura de Boquitas pintadas, que sería publicada en 1969 y llevada al cine por Leopoldo Torres Nilsson cinco años después.

Los años 70 en Argentina fueron un periodo muy turbulento. El optimismo y la esperanza generados por el fin de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse y el triunfo de Juan Domingo Perón en las elecciones de 1973, se convirtieron, tras la muerte del líder peronista, en un clima de terror promovido por la dictadura

cívico militar religiosa instaurada en 1976 y encabezada por Jorge Rafael Videla. Para entonces, Manuel Puig, que había visto cómo su novela The Buenos Aires Affair había sido prohibida por el gobierno peronista en 1973 y había recibido amenazas de muerte por parte del grupo parapolicial Triple A, había abandonado Argentina y se había establecido en México. En el país norteamericano, comenzó a escribir la que tal vez sea su novela más política, tanto por la militancia revolucionaria de uno de los personajes, como por su normalización de la homosexualidad: El beso de la mujer araña.

A pesar de haber sido rechazada por Gallimard, sello francés que había publicado todos sus libros hasta entonces, tras argumentar que la combinación de homosexualidad y marxismo contravenía la línea editorial de la empresa, El beso de la mujer araña supuso la consagración como escritor internacional de Manuel Puig.

Además de las buenas ventas, la obra fue llevada a la gran pantalla por Hollywood y a dicha adaptación siguieron versiones musicales e incluso montajes teatrales. Uno de ellos fue escrito por el propio Puig a petición del actor español Pepe Martín, que la estrenó en el Teatro Martín de Madrid junto a Juan Diego bajo la dirección de José Luis García Sánchez.

Después de pasar de 1978 a 1980 en Estados Unidos, donde dio los últimos retoques a su novela Pubis angelical e impartió cursos de literatura en la Universidad de Columbia, Puig se estableció en Río de Janeiro. En el país sudamericano escribió Maldición eterna a quien lea estas páginas, en la que volvió a tratar el tema del exilio y la militancia política, y cuya principal particularidad es que fue escrita al mismo tiempo en castellano e inglés.

Durante su estancia en Brasil, Puig contrató los servicios de un albañil para que llevase a cabo unas reparaciones domésticas. Mientras duraba la obra, el operario fue compartiendo con Puig intimidades sobre la relación sentimental que mantenía con su novia. Interesado por su punto de vista relativo al amor, las relaciones familiares y la vida en general, el escritor le propuso grabar sus conversaciones con intención de que fueran la materia prima de su próxima novela.

El resultado fue Sangre de amor correspondido, libro publicado en 1982 en el que el argentino regresaba a esa realidad que nutre los folletines románticos y las telenovelas. Aunque en Italia recibió el prestigioso Premio Malaparte, Puig era consciente de que Sangre de amor correspondido no había sido entendida. “En

América latina se considera un fracaso y en España, aparte de algunas voces diferentes y aisladas, fue de verdad masacrado”, reconocía, antes de citar parte de la crítica que había publicado el diario español La Vanguardia: “Es la peor novela de Puig. Vulgar, una verdadera maldición para el lector. Para utilizar palabras del autor: le deseamos maldición eterna a quien escribió esta página”.

A pesar de esa hostil acogida, con Sangre de amor correspondido Puig demostró tanto su madurez como creador como su altura como persona: consciente de que la novela tendrá un rendimiento económico considerable, el escritor propuso remunerar al protagonista por su trabajo y darle un tanto por ciento de las ventas del libro. Aunque la oferta fue rechazada por el interesado, Puig, en deuda con la pareja, resolvió comprarles una casa.

Habrían de pasar seis años hasta que Puig concluyera su siguiente novela que, por azares de la vida, también sería la última. Se trató de Cae la noche tropical, un relato protagonizado por dos amigas de avanzada edad a través de las cuales el escritor volvía a demostrar su talento para reproducir el habla cotidiana y elevar a la categoría de obra literaria la murmuración, la hipocresía social y el chismorreo.

Durante sus últimos meses de vida, los compromisos profesionales llevaron a Puig por Europa y Estados Unidos hasta que, en julio 1990, regresó a Cuernavaca, donde había comprado una casa. El 21 de ese mes, Puig tuvo que ser internado por una peritonitis y operado de urgencia de vesícula. Aunque en un primer momento la evolución parecía favorable, el escritor entró en crisis y falleció horas después.

Manuel Puig, que nunca había ocultado su homosexualidad y que hizo todo lo posible por defender las relaciones entre personas del mismo sexo, fue víctima tras su muerte de muchos de esos prejuicios contra los que había luchado a lo largo de su vida. A principios de los años noventa, cuando el sida era una enfermedad de gran estigma social asociada principalmente al colectivo gay y al de los toxicómanos por venopunción, los medios no tardaron en sugerir que el escritor había muerto de esa enfermedad. A pesar del empeño de la familia por desmentir esa falsedad, cada cierto tiempo vuelve a surgir el tema en medios convencionales, internet o redes sociales. Si bien Puig jamás regresó a General Villegas, la maledicencia de los críticos y la carcunda nunca lo abandonó.

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Publicado por Agencias

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