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Espiritualidad
Lunes 02 de agosto de 2021 - 12:00 PM

El desahogo, herramienta espiritual que nos libera

Desahogarnos es una de las experiencias más sanas de la vida y una terapia válida para combatir las tensiones y el mismo estrés. Y aunque ello no implica salir a vengarnos de todo y de todos, vaciar nuestra alma de tristezas y frustraciones termina siendo una acción revitalizante y liberadora.

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Muchas de las situaciones que hemos afrontado en medio de esta larga pandemia han causado mella en nuestros estados de ánimo e incluso nos han enfermado el alma.

Debemos curarnos ‘sí o sí’. Y para ello necesitamos de un buen tiempo e incluso de muchas terapias de resiliencia y de fe.

Si no nos sacudimos de las decepciones y de las frustraciones, en algún momento vamos a explotar.

En nuestra vida cotidiana no podemos estar reprimidos, ya que las tensiones terminarán desencandenándose en más problemas.

Las palabras que se callan, las pérdidas que no se afrontan y los problemas que no se asumen suelen ser devastadores.

Cuanta más presión tengamos, más emociones negativas experimentaremos; y ellas se nos manifestarán de una forma desaforada; tanto que nos arruinarán el ‘día a día’.

Por eso no podemos llenarnos de tristezas, ni mucho menos de reproches. Hay que dejar fluir las emociones sin dejarnos abatir por ellas.

Solo así podremos descargar esos pesos que tenemos y, de paso, podremos oxigenar nuestro cerebro y nuestro sistema para seguir adelante y sentirnos más ligeros.

Sin inundar nuestro mundo con un ‘mar de lágrimas’, siempre he creído a que a todos nos corresponde desahogarnos.

Lo menciono porque, a veces, por orgullo, por necedad y por las mismas apariencias nos hacemos los fuertes y no evacuamos esos sentimientos que nos arrugan el corazón y el alma.

Ojo: es preciso dejar que las emociones fluyan, pero sin caer en el plano de la victimización o en la fea expresión del ‘pobrecito yo’.

Es decir, es preciso ser fuertes pero sin dejarnos devorar por el dolor, por la depresión o por el mismo desánimo.

El camino se nos despejará si al menos somos sinceros con nosotros mismos. Además, después del desahogo llegan dos estados claves para sobreponernos: la serenidad y la claridad.

Si estamos ‘bajos de nota’ nos corresponde estabilizarnos porque, desde ese equilibrio, tendremos la posibilidad de salir de esos estados depresivos que suelen embadurnarnos.

Esta es una invitación a encontrarnos y a abrirnos para dejar salir la amargura que solemos alimentar, ya sea por las injusticias de la vida o porque nuestro entorno nos ha arrojado a un mundo de desinterés.

La propuesta, en síntesis, consiste en calmar nuestro interior y en suministrarnos una dosis de paz para no albergar pesares que nos hagan sentir abatidos.

Y es bueno dejar correr las lágrimas sobre las mejillas, entre otras cosas, para que el viento se lleve las penas. No en vano dicen que el llanto suele ser la voz sublime del alma.

Lloremos cuando sintamos que necesitamos hacerlo, porque eso nos aliviará cualquier pena y hará que se nos desenreden esos nudos en la garganta. Insisto, no se trata de abandonarnos a la pena sino de tener un bálsamo en medio de tanta aflicción.

¡Cuando tengamos necesidad de hacerlo, desahoguémonos! No solo porque no es aconsejable reprimir el llanto, sino porque también tenemos derecho a vaciar nuestra alma de tanto desconsuelo.

REFLEXIONES CORTAS

* Quedémonos con la calma que da el tiempo. Y es que lo que alguna vez se siente como un ‘huracán’, después entendemos que era el viento abriéndonos el camino correcto.

* Para llevarnos bien con las personas que nos rodean no necesitamos tener las mismas ideas ni las mismas filosofías de vida, sino el mismo respeto.

* A veces no es solo un asunto de desapegos ni de soltarnos, sino de darnos cuenta de que nada nos sujeta. No dependamos de nadie y volemos lo más alto posible.

* Dejen que las personas necias y fastidiosas hablen lo que se les dé la gana. Usted tiene la conciencia tranquila y sabe quién es, qué hace, qué quiere y para dónde va.

* Es preciso tener memoria selectiva para recordar lo bueno; prudencia lógica para no arruinar el presente; y optimismo desafiante para encarar el futuro.

* Aquí nadie es más que nadie: hoy está arriba y mañana quién sabe. Conserve la humildad y jamás permita que los títulos, la plata o los puestos se le suban a la cabeza.

¡CUÉNTENOS SU CASO!

Las inquietudes asaltan con frecuencia a nuestro estado de ánimo. No obstante, con cada cuestionamiento tenemos una posibilidad más para afrontar un nuevo horizonte, ya sea razonando o aplicando sanas estrategias para el alma. ¿Cuáles son esos temores que lo afectan en la actualidad? Háblenos de ellos para reflexionar al respecto en esta página. Envíe su testimonio a Euclides Kilô Ardila al correo: eardila@vanguardia.com En esta columna, él mismo le responderá. Veamos el caso de hoy:

Testimonio: “Es muy extraño lo que siento. Desde hace varios meses y sin saber por qué, me la paso desanimado y triste. No sé si es que me volví así de melancólico o si es que atravieso por una de esas etapas en las que uno no quiere hacer ‘nada de nada’. Soy un hombre joven y por eso estoy preocupado. Me gustaría saber su opinión al respecto. Gracias”.

Respuesta: Usted, en su carta, no me ofrece mayores detalles de su estado, pero de entrada le digo que esas sensaciones de desánimo y de melancolía no son ‘normales’. Y por lo que leo entre líneas, debería prestarle la debida atención a todo eso.

No creo que es que usted ‘sea así’, pues es claro que algo le sucede. Me preocupa que pueda ser un caso de ‘distimia’, un trastorno poco conocido que suele confundirse con el desgano del que menciona. Esta afección, que es más común de lo que parece entre los jóvenes, tiene la particularidad de que el paciente se percibe abatido y termina creyendo que es algo pasajero, cuando no lo es.

Por este motivo es mi deber decirle que, si siente que ese estado avanza y que no es capaz de controlarlo, debe acudir a un especialista para que le ofrezca un tratamiento acorde al caso.

Pero, más allá de este diagnóstico, debo sugerirle que no se puede dejar vencer en esos días en los que se levanta sin fuerzas y sin ánimos para hacerle frente a la jornada.

Yo sé que son momentos en los que la tristeza y el desánimo lo abrazan y lo embadurnan con una sensación de debilidad; sin embargo, no permita que esto se le salga de las manos. Se lo digo porque, si esa percepción se vuelve un problema cotidiano puede desembocar en una depresión o en la referida distimia de la que le hablo.

Haga una autoreflexión y analice, desde lo más profundo de su corazón, cuáles son las razones de ese desgano. Tal vez la vida misma le está avisando que es hora de buscar nuevas ilusiones o emprender otros proyectos.

Cualquier cambio que haga hoy será un puente nuevo construido hacia la felicidad del mañana. Vale la pena intentarlo. ¿No le parece?

Ojo: la ilusión se enciende cada día a través de pequeñas ideas que abren puertas y posibilidades y, en su caso, podría comenzar por tratar de sacudirse de esa ‘somnolencia anímica’ por la que atraviesa. Hágame caso y me cuenta cómo le va. ¡Dios lo bendiga!

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Publicado por Euclides Kilô Ardila

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