Cuando logramos irradiar nuestra luz interna, en un abrir y cerrar de ojos, nos proyectamos mejor y empezamos a considerar opciones que antes no nos era posible percibir.
De manera desafortunada no siempre aprovechamos ese brillo y, por el contrario, nos dejamos apagar. Así las cosas, permitimos que se marchite nuestro entusiasmo.
¿Por qué nos ocurre eso?
Porque nos distraemos en cosas materiales, en satisfacer a los demás o en cumplir metas que sobrepasan nuestros propios límites; y todo eso nos sumerge en un mar de preocupaciones y de afanes.
Solemos pensar durante toda nuestra vida que lo importante para ser feliz es el dinero, el éxito profesional y, en general, conjugar en todas los tiempos el verbo ‘tener’.
¡Nada más alejado de eso!
Desde pequeños nos han enseñado que tenemos que ser poderosos, ‘cueste lo que cueste’, y que todo lo que signifique lo contrario a ello es sinónimo de fracaso y de infelicidad.
Debemos tener presente que somos seres integrales. Y no estoy hablando del conjunto de metas de un plan de acción preestablecido o armado al son del capricho de los demás. Me refiero a que en todos nosotros hay energías, emociones, sueños, mente y espíritu y, todos ellos se reflejan en cada una de las células que constituyen nuestra vida.
¿Se ha preguntado si eso que ya logró y que se supone que debe mantener, realmente lo hace feliz?
¿Se ha planteado si realmente el no tener mucho dinero y dedicarle menos tiempo al trabajo es sinónimo de fracaso?
¿Cree que las personas que no tienen lo mismo que usted no son felices?
Tal vez me diga que se siente vacío, pero creo que no se ha dado cuenta aún de que la felicidad no se mide por si llenan o no los estándares que la sociedad impone, sino por lo que le dicta su corazón.
Cada ser humano es diferente y reducir algo tan complejo como la felicidad a un criterio unificado para todos los seres humanos no solo es ingenuo, sino erróneo.
¿Ha escuchado atentamente lo que le dicen su intuición y su alma? ¿Qué le gustaría hacer en este momento que no está haciendo?
Podemos pasar la vida entera oyendo a los demás y prestándoles atención a sus opiniones, pero nunca reflexionamos sobre cómo nos sentimos respecto a cada uno de los aspectos de nuestra vida.
Empiece por dejar de ser esclavo de sus pensamientos y deje de importarle lo que los demás piensen de usted.
Dé sin esperar nada a cambio, dedíquese a hacer cosas que le gusten, suéltese un poco del trabajo y viva con plenitud.
La vida puede ser tan horrible como usted quiera que sea, como al mismo tiempo puede ser tan bella como su corazón lo sienta. ¡Ánimo y vuelva a nacer, que aún falta mucho por vivir y por hacer!
BREVES REFLEXIONES
* Las personas sensibles están hechas así: hacen todo con el corazón y, aún teniéndolo lleno de cicatrices, jamás cambian. Ellas suelen llorar porque perciben su mundo desde el alma. Y sentirse así no es una elección; es una manera de ser y una hermosa forma de vivir.
* A menudo estamos atrapados por nuestros propios pensamientos porque nos esforzamos por alcanzar la perfección o estamos tratando de encontrar una manera de controlar una situación. Ojo: la causa principal de la infelicidad nunca es el problema, sino la actitud con que se asume.
* Mientras espera a que Dios actúe y le responda por cada una de las situaciones que le formuló, debe confiar, amar, servir a los demás con amor y, sobre todo, tiene que ponerse manos a la obra. Así calmará la ansiedad que le genera el estar esperando sus bendiciones.
* Si ve algo bello en alguien, dígaselo; es probable que esa persona pueda estar en una guerra tal, que le impide ver su propia belleza. A veces una palabra motivadora hace que se reactive en nuestro semejante las gotas del entusiasmo, del emprendimiento y de la autoconfianza.
¡CUÉNTENOS SU CASO!
Las inquietudes asaltan con frecuencia a nuestro estado de ánimo. No obstante, con cada cuestionamiento tenemos una posibilidad más para afrontar un nuevo horizonte, ya sea razonando o aplicando sanas estrategias para el alma. ¿Cuáles son esos temores que lo afectan en la actualidad? Háblenos de ellos para reflexionar al respecto en esta página. Envíe su testimonio a Euclides Kilô Ardila al siguiente correo electrónico: eardila@vanguardia.com En esta columna, él mismo le responderá. Veamos el caso de hoy:
Testimonio: “Me he vuelto un hombre inseguro. He cometido algunos errores que me tienen amargado y decepcionado de todo. Lo más grave es que ahora dudo de cada paso que doy. Es como si estuviera atravesando por una cuerda floja de la que, en cualquier momento, me podría caer al abismo. La verdad no quiero volver a fallar, porque eso sí sería una tragedia. ¿Cuál podría ser el consejo que, desde su mirada espiritual, me podría dar para no seguir en este embotellamiento anímico en el que me he venido enredando? Agradezco su atención a esta misiva”.
Respuesta: Es obvio que la inseguridad se anidó en usted, de manera precisa, por esas decisiones erradas de las que habla en su carta y que finalmente desencadenaron consecuencias negativas para su vida actual y para su entorno.
No obstante lo sucedido, debe ser resiliente. Le corresponde, sí o sí, tomar riendas en el asunto y aumentar la seguridad en usted mismo, so pena de seguir perdiendo más su autoestima.
Perdónese, sane las heridas que le ocasionaron esos pasos en falso y, sobre todo, pídale a Dios una gota de entereza y de sabiduría. Creo que es hora de cerrar esos grises capítulos de su vida. ¡Propóngase escribir nuevos renglones en su trayecto!
Identifique los errores cometidos, analice la forma de enmendarlos y mire hacia el frente. Puede recomenzar, teniendo en cuenta que hasta el camino más largo se inicia con el primer paso.
Domine sus emociones y reconcíliese con usted mismo; sólo así podrá mejorar su panorama. ¡Hágame caso y verá que volverá a confiar en usted!
Periodista de Vanguardia desde 1989. Egresado de la Universidad Autónoma de Bucaramanga y especialista en Gerencia de La Comunicación Organizacional de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del equipo de Área Metropolitana y encargado de la página Espiritualidad. Ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
eardila@vanguardia.com