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Espiritualidad
Miércoles 22 de enero de 2020 - 12:00 PM

Un llamado a la buena fe

Es preciso recuperar el valor de la palabra. No se trata de que nos entreguemos por completo y sin filtros; pero sí es fundamental creer en la gente y propender por la transparencia.

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En la época de nuestros abuelos la confianza en el otro era lo que respaldaba los contratos o los compromisos. En la actualidad, la palabra ha pasado a un segundo plano y ahora cualquier pacto en nuestra vida tiene que quedar ‘por escrito’.

De manera desafortunada hemos perdido la confianza en los demás. Por experiencias amargas que hemos vivido, estamos convencidos de que la gente no es sincera y que todo el mundo es interesado.

Eso ha hecho que siempre estemos ‘alertas’ y que vivamos a la defensiva. Nos hemos acostumbrado a pensar que las personas viven de las apariencias y que, tarde o temprano, terminarán aprovechándose de nosotros.

¡Cruda realidad!

Lo grave de desconfiar es que nos estamos volviendo poco asertivos y complicados para interactuar con el prójimo.

También la desconfianza ha hecho que vivamos en relaciones desgastantes, en donde todos nos sentimos jueces implacables. Siempre pedimos cuentas de lo que hacen o dejan de hacer los demás.

El hecho de que tengamos una tendencia muy marcada a no confiar y a ver cada ser humano como un potencial agresor y violador de nuestros derechos, impide sin duda relacionarnos de manera normal con los demás en todos los ámbitos: en casa, en el trabajo y en la vida misma.

Es obvio que el mecanismo que activa esta desconfianza en muchos de nosotros tiene sus orígenes en experiencias negativas del pasado como abusos, traiciones o decepciones.

Y si estamos convencidos de que la gente abusará de nosotros, es obvio que optemos por dudar de todo en cualquier lugar y en presencia de cualquier persona.

Tampoco se puede desconocer que este comportamiento humano es uno de los legados que dejan los tiempos modernos que, con sus redes sociales, nos invitan a vivir de apariencias.

¿A qué viene todo esto?

A que debemos volver al principio de la buena fe.

No podemos seguir siendo tan prevenidos. Si no confiamos en la gente seguiremos viviendo de manera neurótica con los demás y con nosotros mismos.

Mantener una vida embadurnada de múltiples sospechas hace que nos inclinemos por el conflicto y nuestro comportamiento puede poner en peligro nuestras relaciones afectivas, laborales y familiares.

Ojo: La excesiva suspicacia hace que veamos ataques donde no los hay y traiciones donde las pistas no conducen a nada.

Aunque la desconfianza en dosis razonables es innata y necesaria en los seres humanos, sí debemos ejercer control sobre esta emoción, ya que puede privarnos de disfrutar ‘a manos llenas’ de la vida y del compartir con los otros.

Lo correcto es encontrar el equilibrio entre ser demasiado confiado o el punto contrario. Ambos extremos son malos porque nos hacen quedar desprotegidos.

Es preciso entonces que aprendamos a sobrellevar cierta incertidumbre, preocuparnos por reaccionar solo ante hechos comprobables y sobre todo concederles a los otros el beneficio de la duda y no la certeza negativa, evitando de esta forma no caer en la trampa de vivir a la defensiva.

Este es un llamado a tener presente que todo el mundo merece una oportunidad, sin que se le compare con alguna traición del ayer o con todos aquellos que no actúan de manera correcta.

EL CASO DE HOY

Las inquietudes asaltan con frecuencia a nuestro estado de ánimo. No obstante, con cada cuestionamiento tenemos una posibilidad más para afrontar un nuevo horizonte, ya sea razonando o aplicando sanas estrategias para el alma. ¿Cuáles son esos temores que lo asfixian en la actualidad? Háblenos de ellos para reflexionar al respecto en esta página. Envíe su testimonio a Euclides Kilô Ardila al siguiente correo: eardila@vanguardia.com En esta columna, él mismo le responderá. Veamos el caso de hoy:

Testimonio: “Vivo sin entusiasmo. Estoy desconectado con mi energía y no sé cómo recargar la chispa de mi existencia. Me he acostumbrado a sentirme así de abatido, al punto que el aburrimiento se apodera de mí a toda hora. No sé qué hacer. Sé que tengo buena salud y que desempeño un aceptable trabajo, pero aún así no me motivo. Una absurda rutina tiene inmersa mi cotidianidad. Quisiera leer en su columna algunas palabras de aliento. Se lo agradecería”.

Respuesta: Como no me da mayores detalles de lo que realmente pasa a su alrededor, me parece clave que haga una autoreflexión que le permita descubrir el ‘por qué’ de esa sensación de estar atrapado en una vida sin sentido, donde la emoción que prevalece es la del hastío. Tiene que descubrir usted mismo por qué le resulta tan difícil encontrar la motivación para emprender nuevos proyectos.

Tenga claro que para abordar su caso de aburrimiento será fundamental escudriñar las razones que lo tienen así y saber qué se esconde detrás de ese estado.

Siempre he creído que, en más de una ocasión, el aburrimiento enmascara otros problemas.

Me escribe en su carta de su “absurda rutina”. Debe detectar cuáles son las raíces de su desgano, no es normal que sienta tanto abatimiento.

De mi parte y desde las líneas que puedo publicar a través de esta columna, debo recomendarle tener presente las bendiciones que ha recibido de Dios. Pensar en las cosas buenas es un ‘método científico’ que ha sacado del pesimismo a millones de personas.

Seguirle el juego al tedio es desconectarse. Si se deja guiar por el hastío, escuchará las voces tentadoras del ocio extremo y de la pereza. Ojo, porque puede terminar desperdiciando su vida.

Cada instante que Dios le dé de vida vale más que todo el dinero del mundo.

Es el aburrimiento, -y no el estrés-, el verdadero mal del nuevo siglo. Por fortuna, contra la hartera que usted siente hay algunos antídotos eficaces.

Estoy hablando de un proceso que le permita conectarse con sus necesidades y proyectarse al futuro con mayor optimismo.

Introduzca novedades sanas a su vida, elabore una lista de cosas que pueda hacer y podría empezar por echar un vistazo a su alrededor para encontrarle un verdadero rumbo a su agenda.

Uno de esos remedios es el trabajo, que lo puede dignificar; otro es el amor, que revivirá sus sentimientos; y uno más está en la fe, que le permitirá perseverar, aún en los momentos más críticos.

La pasión que se tenga por algo es otra chispa. No puede dejar que la vida se le convierta en una eterna desmotivación.

Por supuesto que hay otros ‘toma-corrientes’ que lo reconciliarán con su mundo. Eso depende del cable con el que esté hecho y del contador que decida instalar en su corazón.

¿Cuánto es el voltaje actual de su vida? Si está bajo de corriente, ya es hora de recargarse. Hágame caso y verá que el tedio desaparecerá.

Antes de despedirme debo hacerle una recomendación que me parece oportuna: Si su aburrimiento es muy crónico, debe tener cuidado. Ese estado de insatisfacción puede conducirlo a otros problemas más graves, como la depresión y la ansiedad. Y si siente que el tema es inmanejable, es fundamental que busque ayuda profesional cuanto antes.

REFLEXIONES SUELTAS

* La maldad se le regresa al remitente, el amor abraza a quien lo dona y la envidia sale a flote a quien la siente.

* No importa el tamaño de las olas ni qué tanto lo golpeen, siempre y cuando el ‘capitán’ de su vida sea Dios.

* Esta regla del deportista sirve para la vida misma: No pare cuando le duela, deténgase cuando haya acabado.

* La felicidad no se puede ganar o consumir. Ella es la experiencia espiritual de vivir con amor y gratitud.

* Que bonita la gente que no teme volver a empezar desde cero, a pesar de los años y de las adversidades.

* Si no sigue su guía interna pederá su energía y una sensación de debilidad lo acompañará toda su vida.

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Publicado por Euclides Kilô Ardila

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