Cuando era niña, a Rosana y a su familia, compuesta por papá, mamá y tres hermanos más, les encantaba participar en la procesión de Semana Santa. Dice que era algo que la hacía feliz.
“Mis hermanos y yo cumplíamos fielmente con el viacrucis y mis papás nos acompañaban. Por supuesto, con el tiempo eso fue cambiando, pero recuerdo esos momentos con afecto”, cuenta.
A sus 54 años no pensó que viviría una pandemia como la que trajo la COVID-19: “realmente nos cambió y cambió la forma en la que vivimos”, explica.
Sin embargo, Rosana se siente hoy un poco extrañada de que para muchas personas es como si la COVID-19 se hubiera ido y nada pasara: “me sorprende ver personas que siguen su vida sin pensar ni en ellos, ni en sus seres queridos. La pandemia no ha pasado, aún con la vacuna”, enfatiza.
Y tiene razón: se anuncia ya una tercera ola de COVID-19 en Latinoamérica y las alarmas están encendidas: hay que cuidarse porque, aún con la vacuna, la pandemia es real y no se ha terminado.
Es comprensible que las restricciones sean difíciles y nos produzcan estrés, pero si nos cuidamos, cuidamos de todos y derrotaremos a este virus.
“Es normal que se presenten afectaciones emocionales producto de las limitaciones en el ocio y esparcimiento que recomiendan las autoridades para mantener la bioseguridad, pero con estrategias es posible lograr un equilibrio. Esta Semana Santa, al igual que la del año pasado, debe ser también de recogimiento”, explica el psicólogo Martín Escobar.
Llenarse de paciencia, compartir en familia, y quedarse en casa, harán que pronto superemos la COVID-19 y podamos reunirnos.
Esta Semana Santa puede ser un buen momento para reflexionar y pasar tiempo en unión familiar.
