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Alexander Arciniegas
Miércoles 16 de septiembre de 2020 - 12:00 PM

Un Control cívico para la Policía

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En Colombia el Acuerdo de Paz no resolvió los problemas, pero los hizo visibles. Los hechos de los últimos días, aunque potenciados por graves episodios de abuso policial, son también una manifestación de la inconformidad ciudadana acumulada frente a la manera como los sucesivos gobiernos han venido gestionando la política, la economía y el medio ambiente.

Esta indignación que en Colombia volvió a emerger hace menos de un año y entró en una pausa obligada por causa de la pandemia, si bien tiene algunos elementos contextuales, tiene reclamos similares a los de las protestan en Francia, Israel, Líbano, Estados, Unidos y Latinoamérica. Por ello, es preocupante que, desde el gobierno nacional y algunas autoridades regionales, se insista en acallarla recurriendo sistemáticamente al fetiche del “vandalismo” en un intento por sostener una democracia alejada de la gente.

Los asesinatos de ciudadanos y los más de 60 heridos en Bogotá resultado de un uso letal e inconstitucional de la fuerza por parte de la Policía ponen de presente, como durante las manifestaciones de 2019, su incapacidad tanto para manejar la protesta social como la seguridad ciudadana en el posacuerdo. Pero también, revelan la ausencia de un ejercicio del control “cívico” de la fuerza pública de parte de las élites colombianas que viene desde cuando la Policía se dejó en manos del Ministerio de Defensa. Esta sistemática deficiencia en la conducción política del orden público se intensifica en los gobiernos uribistas dada su propensión autoritaria.

De poco sirve alargar los tiempos de formación o prometer cumplir los protocolos si su comandante en jefe: el Presidente, es incapaz de reconocer la protesta ciudadana como parte de la democracia y trazar una directriz contundente a la Policía en el mismo sentido. Ese control cívico de la fuerza pública es imprescindible para que podamos superar la anormalidad de tener Policía militarizada y un Ejército policial a que nos ha conducido la falta de visión democrática de la seguridad desde las élites políticas y el conflicto armado. De lo contrario, seguiremos lamentando asesinatos como los de Dilan Cruz o Javier Ordóñez.

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