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Armando Martínez
Miércoles 30 de noviembre de 2022 - 12:00 PM

Quién es un intelectual

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En una reciente entrevista dada al periódico El País de España, el ministro de Educación de Colombia vertió un poco de sensatez: “No me gusta que me llamen intelectual, no lo soy”. Se agradece la honestidad, pues otros colegas suyos en el gabinete ministerial se lo creen. La ocasión sirve para plantear la pregunta pertinente: ¿Quién es un intelectual?

Esta figura social y cultural proviene del París de la década de 1890, exactamente de los hombres de la rive gauche política que firmaron un “manifiesto” para “pronunciarse” sobre un caso judicial muy controvertido: el asunto Dreyfus. La figura emblemática, Émile Zola, lo expresó con claridad: “los espíritus libres, los intelectuales, tienen la misión de juzgar y hablar”. Y, ¿dónde querían juzgar y hablar? En los escenarios de los debates públicos de interés nacional, donde, actuando como “intelectuales”, se opusieron a la “élite” conductora de la Tercera República francesa.

Es fácil suponer que el trasplante de esta flor de la cultura política europea a Cundinamarca solo produjo una mala yerba: el activista de gorra y barba que simula ser un “intelectual revolucionario”, sin que la repetición de sus consignas, hasta el cansancio, mejore algo la miseria del estado de las cosas. ¿Quién puede creer que la figura del mamerto del barrio La Soledad es un intelectual? Seamos claros: si la figura del intelectual europeo es la voz que, después de juzgar el estado moral de su sociedad, señala hacia un mejor destino para la comunidad moral que llaman nación, concluyamos que en Cundinamarca solo hemos tenido muchos simuladores.

Como no tenemos intelectuales que señalen un rumbo a nuestra supuesta comunidad moral, despedazada hoy en decenas de “etnias” y “diversidades sexuales” que solo reclaman “discriminaciones positivas”, las figuras sustitutas del intelectual son los activistas, los periodistas y los influencers. Pues, que venga el Diablo y escoja entre epas colombias, liendras y gaviotas, o entre los muchachitos de las “bodegas” que en redes sociales “queman” rivales si cierran un ojo en los pupitres parlamentarios. Se agradece al ministro, que al fin dijo en público lo que sospechábamos, pero entonces: ¿quién vendrá a salvar a Cundinamarca?

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