Recordar a las víctimas de Holocausto, es inmortalizar una tragedia intergeneracional que no cicatriza. Conocer su historia es advertir viejos y nuevos peligros presentes y fututos. La intolerancia y discriminación campean.
La distancia histórica, es aún corta para nuestros días 78 años después, de que las tropas soviéticas liberaran los campos de concentración del Régimen Nazi en Auschwitz, Polonia.
Desde su apertura en 1940 hasta su liberación en 1945, el número de víctimas del Holocausto varía. Cada año, aparecen nuevos detalles en archivos históricos y documentos particulares. Se sabe, que fueron millones de hombres, mujeres y niños asesinados, exterminados por ser diferentes, por no tener cabida en el orden social “puro” diseñado por Hitler.
No solo había judíos europeos, también prostitutas, homosexuales, prisioneros de guerra rusos, gitanos, discapacitados, enfermos que eran conducidos directamente a las cámaras de gas sin registro alguno.
Primo Levi, escritor italiano de origen judío sefardí, describió los horrores que vivieron a su llegada al campo de Concentración: “Nos quitaron la ropa, los zapatos, y no nos dejaron siquiera nuestros cabellos. Pronto nos despojaron de nuestros nombres...”
Dicha Conferencia que había generado gran expectación, resultó un fiasco, motivando el efecto contrario.
Algunos historiadores indulgentes con Roosevelt, señalan que era políticamente suicida para el país, acoger inmigrantes judíos. Estados Unidos, sumergido en La Gran Depresión y asfixiado por el desempleo, se negó a aumentar el número establecido de refugiados.
En América Latina, solo el Dictador Trujillo de República Dominicana, presente en la reunión, expuso abiertamente su deseo de recibirlos. A cambio pidió ayudas y tenía un plan. Mejorar la raza, para que fuera “menos afrocaribeña”. Acogió mucho menos de lo propuesto.
Pero, Latinoamérica recibió a miles de inmigrantes judíos que huyeron de la persecución. Colombia entre ellos. Aunque después, impusieron restricciones. La historia del barco de lujo, lleno de judíos, que iba de puerto en puerto intentando desembarcar, después que Cuba negara su ingreso, es histórico.
Visitar Auschwitz es un recordatorio vital que estremece. Sirve para entender que los fantasmas de esta barbarie están presentes. No te lo están contando, no estás leyendo un libro, ni viendo una película. Estás allí de pie, observando un lugar triste, lúgubre, con historias desgarradoras, construido para asesinar a millones de personas.
Auschwitz nos ayuda a ver lo que jamás debemos olvidar.