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Eduardo Pilonieta Pinilla
Jueves 11 de noviembre de 2021 - 12:00 PM

Los campeones del cinismo

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A los colombianos nos tocó, a la brava, perdonarles a los señores de las Farc 50 años de criminalidad y además premiarlos, como si lo que hicieron hubiera sido correcto, llevándolos al Congreso de la República y aceptando que los juzgara un tribunal diseñado por ellos de donde, estamos seguros, no saldrá castigo alguno, pues nadie se inventa un juez para que lo sancione; sin embargo, una cosa es aceptar toda esa colección de tropelías y otra muy distinta es olvidarlas, pues si lo hacemos terminaremos instituyendo la violencia armada como un mecanismo socialmente aceptado.

Dentro de los compromisos de los hoy legalizados estaba el de contar la verdad y de indemnizar a las víctimas; pero lo que se ve, dista mucho de honrar la palabra escrita en los acuerdos suscritos.

Hoy, los honorables parlamentarios de las Farc se rasgan las vestiduras, porque la misma justicia que inventaron los declaró esclavistas y según ellos eso es atentar contra su buen nombre, como si en verdad lo tuvieran.

Además, cuando se les endilgó el reclutamiento forzado de menores dijeron, con un cinismo que asombra, que ellos no los reclutaban, sino que los niños llegaban a la guerrilla buscando mejores condiciones para subsistir.

Ahora salieron con otra perla: que ellos trataban muy bien a los “detenidos”, porque no se trataba de secuestrados; como si privar a una persona de la libertad, tenerla encadenada o en una jaula, más propia de los campos de concentración nazi, fuera un buen trato, cosa que lejos está de tener algún sentido lógico.

Tampoco violaban a las niñas que voluntariamente llegaban a ellos, que no asesinaban a sus integrantes por cualquier quíteme esas pajas, ni pedían dinero para devolver a los secuestrados y que mucho menos traficaban con drogas.

Las nuevas generaciones no pueden comprender el alcance criminal de esas agrupaciones que son pretexto de hacer una revolución, que no pudieron, terminaron siendo amos y señores de la vida de todo aquel colombiano que se les pusiera al alcance.

Aquí es importante aplicar el aforismo popular que dice: “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.

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