El presidente Biden ha roto el tabú de silenciamiento en que se había convertido el genocidio armenio por parte de los gobiernos de Estados Unidos, por diversas razones e intereses con respecto a Turquía. El gobierno de Biden reconoce que la matanza de armenios, al principio del siglo XX fue un genocidio. Reconocimiento tardío pero necesario. Muchos estados de la Unión ya lo habían hecho, y también muchos otros Estados en el mundo. En la propia Turquía es y seguirá siendo un tabú, y hasta un delito mencionarlo. El 24 de abril es una fecha de dolor para Armenia y para el mundo, y ya han pasado 106 años del inicio de ese exterminio. Los genocidios no se montan de la noche a la mañana, sino que obedecen a un frío cálculo que comienza con las amenazas y luego con una cadena de masacres que sigue una estrategia deliberada. ¿Por qué la República se echó a cuestas la matanza que era responsabilidad del viejo régimen otomano? No hubo una tajante línea divisoria entre el ocaso del viejo régimen y el modernizante proyecto que materializo el héroe Mustafá Kemal Atatürk, y se resolvieron por silenciar lo evidente, convirtiéndolo en tabú; y lo fue incluso para los propios armenios durante décadas.
Hace más de 10 años he mencionado la novela más extraordinaria (que es pura poesía) que describe todo ese mundo que posibilitó el genocidio, el silenciamiento púbico, el recuerdo y el dolor contenido y casi convertido en melancolía y nostalgia de un mundo destrozado. Lo escribió Varujan Vosganian, “El libro de los susurros”, él es uno de esos grandiosos escritores rumanos contemporáneos. La memoria convertida en susurro para su sobrevivencia, y ha triunfado sobre el olvido. “Yo soy, sobre todo, lo que no he podido realizar”, dice su protagonista, que memora desde la infancia los susurros del hogar, los aromas como hilo conductor de la historia y un mundo que no se podía mencionar. Pero “la sangre corre más lenta que el tiempo. Por eso es tan difícil sacudirse de encima las costumbres.”