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Viernes 27 de marzo de 2020 - 12:00 PM

De la prisa al aburrimiento

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Los cambios ocurrieron en la vida cotidiana; una extraña y misteriosa capa de rutinas, manías y repeticiones que nos envuelve y adormece, convirtiéndonos en seres repetitivos y monótonos que aparecieron de manera instantánea. Al mismo tiempo, se produjo un cambio brutal en nuestras relaciones con el espacio y con el tiempo. El hogar se convirtió en el centro de toda la actividad y el mundo se dividió en adentro y afuera. Adentro la rutina, afuera el “enemigo” invisible.

El tiempo de la prisa, de los relojes y calendarios quedó detenido. De repente tenemos tiempo, mucho tiempo, lento y detenido como la eternidad, que se vive como sentimiento de inercia y monotonía. Para muchos tener tiempo es una experiencia novedosa y desconocida. Atrás quedó la prisa y con ella las expresiones cotidianas de “no tengo tiempo”, “me cogió la tarde” e incluso, la muy nuestra: “apúrele ligerito”.

Entonces nos llegó el aburrimiento, esa emoción que se experimenta ante la falta de plenitud de mundo. Eso que se deriva de la pasividad de hacer nada, de quedar a la deriva de estímulos repetitivos, tediosos, monótonos. El triunfo de una educación conductista que puso los estados de ánimo a depender de los estímulos del medio y con ello la adaptación tan cercana a la pasividad.

No siempre la prisa y el aburrimiento fueron el modo de relación con el tiempo presente. Nuestros antepasados indígenas conciben el tiempo como circular, en donde el pasado y el futuro se encuentran en “el vívido goce del momento fugaz”. También tenemos las obras de arte, que siempre están en un presente permanente y por tanto, nos invitan a regalarnos presente en forma de fiesta. Nada mejor para esta época de abundancia temporal que regalarnos experiencias estéticas al abrir nuestra sensibilidad a las más elevadas voces de la humanidad que se expresan en la infinita variedad del arte.

Para decirlo en palabras de Borges “las ruidosas catástrofes generales -incendios, guerras, epidemias- son un solo dolor, ilusoriamente multiplicado en múltiples espejos”.

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