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Gustavo Galvis Arenas
Jueves 24 de noviembre de 2022 - 12:00 PM

La nostalgia

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Ahora, cuando se habla se revivir la vida campesina vienen a mi mente recuerdos de mi niñez.

En las vacaciones nos enviaban a la finca de los abuelos, ubicada en el municipio de Ocamonte, pequeño y pintoresco pueblo ubicado cerca a Charalá. Era una hacienda que tenía varias especialidades. Había una zona de cafetales con una magnífica producción. Con gran alegría acudían allí varias mujeres que laboraban en la recolección de café. En las temporadas llegaban alegres a cumplir con su labor, algunas cantaban, otras reían, pero lograban un ambiente de trabajo y felicidad.

En otra zona cultivaban caña de azúcar, especialidad que alimentaba los trapiches. Estos eran todavía rústicos y funcionaban impulsados por caballos. El arriero los presionaba para que dieran vueltas alrededor del molino. El jugo de la caña se echaba en unos grandes fondos para cocinarla y así producir la miel. Había expertos que recorrían los trapiches y señalaban cuando el producto estaba “a punto”.

En algunas oportunidades jugábamos con los caballos simulando arrear dando vueltas alrededor del molino. Los trapiches tenían una formación muy especial, adornados por la bagacera, lugar donde depositaban los vestigios de la caña después de la molienda.

Uno de los juegos infantiles consistía en revolcarse allí y jugar a las escondidas. Después venia la fabricación de la panela o el azúcar, parte para el consumo de la hacienda y parte para ser comercializado. Además de la panela y el azúcar se hacían melcochas para el disfrute de los niños y satisfacción de los grandes.

Recuerdo con entusiasmo como preparaban unas ruyas muy especiales para deleite de los obreros. Viene a mi mente con alegría como a hurtadillas y sin que se dieran cuenta los abuelos saboreábamos esta sopa como si fuera una pilatuna. Era una vida muy elemental, pero con grandes satisfacciones.

En una oportunidad viaje a caballo en compañía de mi abuela hasta la población de Charalá y pude disfrutar de un maravilloso paisaje, variados cultivos y ganadería. La hacienda se llamaba las Quebradas y estaba regada, como su nombre lo indica, por las quebradas la Moraría y la de los Araque. La vida bucólica era muy agradable a pesar de las dificultades y la ausencia de tecnología. Charalá era la población más importante de la zona y los martes acudían de todos los pueblos vecinos en busca de mercado y para disfrutar de los ríos Táquiza y el Pienta.

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