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Hortensia Galvis Ramírez
Viernes 30 de septiembre de 2022 - 12:00 PM

El equilibrio entre masculino y femenino

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Acaba de cerrarse un ciclo milenario donde predominó la energía masculina, y estamos comenzando otra etapa que estará regida por los valores de lo femenino. En tiempos remotos, considerando que el macho era más grande y fuerte que la hembra, él se encargaba de la cacería y la defensa de posibles agresores, mientras que la función de la delicada hembra era parir y atender el hogar. La agresividad, cultivada por los hombres, pronto degeneró en guerras y conquistas cada vez más sangrientas, que desde entonces han estado motivadas por la avidez de tener más.

Ahora, las circunstancias han cambiado: ya no tenemos necesidad de más guerras y, si existen luchas, estas deberían estar enfocadas hacia el interior de cada uno, para transformar: agresión en paz y adicción al poder en humildad. Por otro lado la población de la Tierra ha crecido exponencialmente, esto libera a la mujer de su función de reproductora. La sobrepoblación clama porque cada embarazo femenino sea una acción consciente, engendrando solo los hijos que tengan medios para sostener. Es urgente desechar la intromisión de obtusos dogmas religiosos que satanizan el uso de los anticonceptivos, mandato procedente de quienes nunca han parido, ni saben de las dificultades que enfrenta una familia numerosa.

A la par de las capacidades analíticas y lógicas, propias del hemisferio izquierdo del cerebro, es preciso que los hombres desarrollen los atributos femeninos de su hemisferio derecho: que la mente ceda su lugar preponderante a la sabiduría del corazón, así obtendrán la visión de totalidad y comenzarán a integrar en vez de dividir. Necesitan desarrollar sensibilidad para amar el planeta y la naturaleza, además de compasión por nuestros compañeros de viaje, los animales, a quienes torturan y masacran en forma irracional, porque los ven como cosas inertes que pueden transformar en dinero. Sin ese equilibrio interior de lo masculino y lo femenino nadie está preparado para dar al otro lo mejor de sí mismo y recibir a cambio la abundancia, porque “de lo mismo que das, siempre recibes”.

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