Con el pasar del tiempo y las nuevas costumbres del mundo moderno, la educación ha ido cambiando su norte, perdiendo aquella concepción tradicional, de ser el mecanismo formador de personas con capacidades intelectuales, morales y afectivas, que contribuyan al logro de un mundo convivible y próspero, reorientando todos sus esfuerzos hacia la producción de individuos altamente competitivos e innovadores, conocedores de mucho sobre poco, e ignorantes de la generalidad, especialmente en lo referente a su carácter humano y su papel en la sociedad.
Decía Albert Einstein: “No hay persona más peligrosa que un sabio sin principios y valores”. La verdad es que nos hemos olvidado que lo más valioso de la educación: proporcionar personas integras, con actitudes humanas y sociales, que adicionalmente, tengan la capacidad de aportarle soluciones a los problemas colectivos, desde las más simples hasta las más complejas, todas igualmente importantes y necesarias.
En el pasado, el desarrollo de actitudes, como de hábitos y costumbres sanas, eran adquiridas en conjunto en el ambiente escolar y hogareño, pero desafortunadamente las necesidades creadas por la sociedad de consumo actual, obligaron a la familia a abandonar el papel educador, para dedicarse a laborar en quehaceres económicamente rentables, dejando en manos de terceros, cuando hay recursos, o en el ambiente callejero, la adquisición de costumbres y hábitos no convenientes para una buena sociedad.
Igualmente, los programas de educación escolar actuales, dejaron a un lado la importancia del componente humanístico y la formación cultural, para dedicarse a profundizar en los conocimientos de las ciencias básicas, indudablemente importantes en el mundo científico y competitivo en que nos encontramos, más no en el mundo humano y social en que deberíamos vivir.
Lo que vivimos hoy en día es producto en buena parte de esa pérdida de valores y principios en la sociedad, la cual se acrecienta cada día más en nuestro medio, cuando la normatividad aboga por una libertad sin límites desde la infancia, que obviamente y por naturaleza conduce al libertinaje.
Lo estamos viendo ya en la juventud moderna, y aunque es comprensible por su naturaleza rebelde y soñadora, no podemos esperar un buen futuro sin una mejor educación integral, donde el desarrollo de valores humanos sea tan importante o más, que las competencias académicas.
De lo contrario nos espera un mundo aún más materialista y libertino que el actual, donde el dinero tiene la capacidad de comprar conciencias, adquirir poder, acabar vidas y todo lo que se atraviese por delante.