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Juliana Martínez
Miércoles 05 de agosto de 2020 - 12:00 PM

Diferencias que hacen la diferencia

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Aunque suene contra intuitivo, hablar de diversidad no es hablar de diferencias, al menos no de todas.

Cuando se habla de diversidad hablamos de diferencias que hacen la diferencia.

Aunque todos somos distintos, no todas las diferencias han tenido, ni tienen, el mismo impacto económico, jurídico, social o político. Esa es la diferencia entre prejuicio individual y discriminación.

La discriminación es siempre sistémica. Es decir, está respaldada—e incluso promovida—por sistemas legales, sociales, económicos, políticos y culturales que crean relaciones jerárquicas basándose en categorías como raza, género, el ser LGBT, etc.

Al hablar de diversidad tenemos que reconocer y priorizar esas categorías que crean y sostienen la desigualdad.

Si no lo hacemos, caemos en una retórica mercantilista y superficial que crea falsas equivalencias entre diferencias que no causan discriminación, y aquellas que siguen sosteniendo la inequidad.

Además, estas falsas analogías permiten que personas privilegiadas se apropien de la diversidad y utilicen cualquier diferencia para decir “nosotros también somos diversos.”

Por ejemplo, un grupo de hombres de clase alta puede decir que ellos “también son diversos” porque algunos estudiaron en Los Andes y otros en el CESA, o algunos juegan fútbol y otros golf.

Esto es una coaptación del discurso de la diversidad por parte de élites que de esta forma ganan capital cultural al pretender estar haciendo trabajo de diversidad e inclusión sin cambiar las estructuras jerárquicas y los sistemas excluyentes que atraviesan sus instituciones.

Pero ojo, las diferencias que no causan discriminación (sistémica) no son diversidad, son solo eso: diferencias de personalidad, predilección o experiencia.

La diversidad es un compromiso con el cambio y la equidad social, no un ejercicio de branding institucional.

Por eso, es necesario resistir las falsas equivalencias que extienden el discurso de diversidad e inclusión a personas que no han sufrido ni sufren discriminación.

El antídoto para la discriminación no es “reconocer que todos somos distintos.” Es reconocer que no todas las diferencias son iguales, y tomar acciones intencionales, transversales y sostenidas para que, dentro y fuera de nuestras organizaciones, estas diferencias pierdan por fin la capacidad de establecer jerarquías y justificar la exclusión.

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