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Libardo León Guarín
Lunes 20 de septiembre de 2021 - 12:00 PM

Para pensarlo

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El comentario anterior en este espacio sobre la tendencia a llevar la ciudad hacia espacios territoriales aún apacibles como la Mesa de los Santos, originó señalamientos sobre mi oposición cierta al “progreso” sin desarrollo, cosa que molesta a urbanizadores con pensamiento anclado en futuros del siglo XIX, sin actualizarse sobre futuros que hoy dicen otras cosas, menos optimistas que entonces sobre el planeta tierra. Sin embargo, desde hace varias décadas como consta en mi reciente libro de reciclados “Palabras al viento” (Ed. UIS, 2.021, pgs. 18, 134, 173 y 260), ya se producían diagnósticos sobre tendencias urbanas nada halagadoras, si bien –no hay mal que por bien no venga- la pandemia con sus cuarentenas y la ayuda de la electrónica, incentivó el trabajo en casa, lo cual augura aplazamiento de la catástrofe de la ciudad panacea, por desplazamiento social previsible hacia asentamientos poblados urbanos y rurales menores, regresando a lo que fue durante siglos el hábitat humano: la vivienda como lugar de trabajo y lugar de residencia.

Sin catastrofismos, tampoco sería la primera vez que colapsan las ciudades entre el uso y el abuso de sus gestores y no por designios de oráculos o dioses. Los mayas, desplazándose de sur a norte abandonaban grandes construcciones -Tikal, Chichen Itza- y tierras sobre explotadas, entre otras para mantener amplios sectores parasitarios –ejércitos y dedicados al culto religioso-, tanto que cuando la invasión española ya era una cultura agotada, a diferencia de los aztecas. Similares observaciones sobre espacios construidos abandonados, se pueden observar en los “suyos” incas de sur a norte y en el mundo antiguo –Egipto, Grecia y Roma-, Angkor en Camboya hasta ahora conociéndose en sus grades dimensiones; lugares agotados, abandonados por grandes concentraciones demográficas, para reaparecer en el siglo XIX occidental avalando, después de un largo período medioeval rural, monstruosidades como N.Y, Dubai, México capital, Yakarta, El Cairo que bien podrían ser próximas ruinas para fregarle la vida a historiadores y arqueólogos. ¿Mucho pesimismo? No es para menos cuando son cada vez menos las aguas incontaminadas, la tala y quema de bosques continúa, los espacios urbanos transitables sin peligro disminuyen –Cali registra centenares de atracos diarios-, los paradigmas administrativos se quedaron cortos y los microclimas aún apacibles son tratados con la idea de “progreso” empresarial del siglo XIX. Para pensarlo; aún hay tiempo.

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