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Luis Fernando Rueda
Domingo 28 de junio de 2020 - 12:00 PM

Qué nos pasa

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Una pareja que devuelve un mercado entregado por error arrojándolo con violencia a los domiciliarios, un energúmeno que hace un disparo al piso en un parque luego de discutir con dueños de perros que no recogieron su popó, una banda motorizada de delincuentes vestidos de negro agarrando a palo a habitantes de calle y una brutal agresión a una persona por parte de un grupo de salvajes en los cambuches improvisados de migrantes venezolanos en inmediaciones del Parque del Agua -cada episodio grabado en video y puesto a rodar en redes sociales- son la representación de una sociedad que, lamentablemente, no ha cambiado mucho.

Ni cambiará. Ese imaginario optimista de que la pandemia nos iba a volver mejores personas se quedará en buenas intenciones al ver el nivel de intolerancia con el que resolvemos los desacuerdos. No puede ser que una entrega equivocada -alguien honesto lo primero que haría es devolverlo y ya- termine en una escena grotesca y vergonzosa de familias que viven, aparentemente, ‘en un sitio bien’.

Tampoco lo es el macho embravecido que saca su pistola, al mejor estilo del Lejano Oeste, para hacer valer su condición, así le fastidie engrudarse los zapatos de mierda de perro. Eso no vale una vida por favor. Mucho menos lo es el comando paramilitar, armado en las barbas de la propia autoridad, imponiendo esa tenebrosa ley de la ‘mano negra’ que, hace muchos años, sacrificó la vida de seres humanos cuyo mayor delito fue habitar la calle. Eso no nos puede estar pasando y merece -señor Alcalde de Floridablanca- no una investigación exhaustiva, que de tanto serlo nunca llegan a nada, sino el peso de la justicia sin contemplación alguna.

El caso del Parque del Agua merece toda la atención de las autoridades, no solo de Bucaramanga, pero tampoco sin mover un dedo hasta que aparezca uno de los tantos ‘asesores’ presidenciales para atender la penosa migración -y ahora retorno- de los venezolanos. Allí se incuba, ojalá no sea así, una bomba social de inmensas proporciones que, de estallar, sería lamentable para la ciudad. Y de lamentos no podemos vivir.

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