¿Qué prefiere usted, que el año entrante la inflación se mantenga alrededor del 10% y que la economía crezca un 3%, o que la inflación baje al 6%, el crecimiento del PIB sea 0% y aumente el desempleo? Este es el dilema que hoy enfrentan las autoridades monetarias, y es una pregunta tan difícil como la que le hace el tío impertinente a un niño pequeño: ¿usted a quien quiere más a su papá o a su mamá?
No es una pregunta abierta como ¿usted que prefiere, inflación o crecimiento? A esta pregunta cualquier economista razonable respondería con su palabra mágica: ¡Depende! Porque la respuesta depende de las circunstancias y las magnitudes. Por ejemplo, cuando la inflación es del 80% anual como en Argentina, hay que bajarla a cualquier costo, pero con una inflación de 10% y originada en aumento de costos y factores externos, la respuesta no es tan clara.
Es claro que un aumento de las tasas de interés del Banco de la República sí sirve para frenar la inflación pero lo hace a través del encarecimiento del crédito que desestimula el consumo y la inversión, y por lo tanto el crecimiento económico. Por eso se plantea el dilema entre inflación y crecimiento.
Por una interpretación equivocada de la Constitución del 91 hasta el año 1999 la posición del Banco frente a este dilema era que siempre prefería bajar la inflación a costa del crecimiento y el empleo; más aún que su meta de inflación siempre debería ser menor que la del año anterior.
La Corte Constitucional corrigió esos desatinos en su sentencia C-481 de 1999, en la que definió de manera inequívoca que la finalidad del Banco no es exclusivamente luchar contra la inflación sino que también debe preocuparse por el crecimiento y el empleo. Es un mandato similar al que tiene el Federal Reserve de los Estados Unidos. Lo que la Corte no hizo era determinar limites cuantitativos a esos dos objetivos y por eso la pregunta inicial con valores específicos es tan difícil de responder.
Al seguir subiendo sus tasas de interés, el Banco ratificó que prefiere que la inflación baje, aún sabiendo que podemos llegar a una recesión. Lo hace porque le preocupa el aumento de los intereses internacionales, y porque cree que si no recupera la credibilidad de su meta y se consolidan expectativas de inflación altas, se perjudicará el crecimiento de mediano plazo.
El gobierno hubiera preferido que no subieran más las tasas, no solo por el seguro impacto negativo sobre el crecimiento y el empleo, sino porque cree que van a empezar a disminuir precios como los de los alimentos y los servicios públicos, de manera que la inflación empezará a descender sin necesidad de frenar más la demanda.
Las dos posiciones son opiniones validas sobre un futuro que ninguno de los dos puede predecir con certeza. Pero la decisión ya fue tomada y tendremos menos inflación y menor crecimiento.