Yohir Ákerman, en el canal de Daniel Samper Ospina, listó algunas excentricidades monárquicas del fiscal general, Francisco Barbosa, o “señor fiscal”, como obliga a que lo llamen sus subalternos.
Barbosa, autonombrado “empleado del mes”, invitó a Cartagena a veintidós fiscales, a toda leche, para hacerse elegir presidente de la Asociación Iberoamericana de Ministerios Públicos. Se fue a San Andrés con su amigo el contralor y sus dignísimas esposas, con su hija y una amiguita, en plena pandemia, en avión oficial, con gastos oficiales. Un viaje de recreo, también a toda leche, pago —por supuesto— por los fondos de la nación.
Y de la nación son también los fondos con los que se paga el escolta que le carga la maleta, a una señal suya con el dedo, y también el que le quita y le pone la chaqueta. Y nuestros también son los fondos con que se pagan las siete camionetas de lujo blindadas y los ciento cincuenta escoltas que los cuidan a él y a su familia: esposa, hija, papá, mamá, hermanos, cuñados y hasta sus perros, Bell y Laika, con vehículo oficial asignado y dos funcionarios de la Fiscalía para que los saquen a pasear.
Estos escoltas, entre otras obligaciones, tienen que ir el primer lunes de cada mes a hacer fila en el banco para que el papá del “señor fiscal” vaya a cobrar su pensión; y hacerles mercado a los cuñados del “señor fiscal”, los hermanos de su esposa, Walfa Téllez, que se encierra dos horas diarias en el gimnasio construido en el búnker para doscientas personas; pero mientras ella lo usa no puede entrar nadie.
Las empleadas de servicios generales de la Fiscalía tienen que ir a hacerle aseo a la casa del “señor fiscal”, que blindó dos casas suyas con recursos de la nación y se hizo construir un apartamento privado dentro del búnker para vivir durante unos días con su familia (y las labores domésticas corrían por cuenta de los empleados de la Fiscalía). Ahora, que no vive allí, es el apartamento exclusivo para sus perros cuando “el señor fiscal” sale de viaje.