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Rafael Gutierrez Solano
Miércoles 17 de junio de 2020 - 12:00 PM

El nepotismo

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Si alguien se detiene a analizar la geografía burocrática nacional y la amplia fronda de sus beneficiarios que han logrado posiciones de poder en los recintos gubernamentales, sin concursos de méritos, en muchas ocasiones con ausencia de requisitos, entenderá como el Conde de Romanones, varias veces presidente del gobierno español, al reflexionar sobre el tema atinente a la provisión de altos cargos, afirmaba: ”Si no existieran hijos, yernos y cuñados, ¿cuantos disgustos se ahorrarían los Jefes de Gobierno?”. Se quedaron por fuera de su comentario otros parientes en distintos grados a quienes los detentadores del poder buscan favorecer con sus influencias, generando con ello los grandes escándalos que vienen desde hace tiempo sacudiendo la sociedad colombiana, y no se detienen. Esta conducta funesta ha hecho infortunada carrera en la administración del Estado y es conocida como nepotismo.

Según el diccionario de la Real Academia Española, ese comportamiento se define como “desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos”. En principio, se aludía a los favores explícitos que recibían los sobrinos de los Papas simplemente por gozar de esa condición. Con el tiempo se ha incrementado esta malsana actitud extendiéndose como bola de nieve especialmente en el manejo de la cosa pública. Esto ha gravitado en contra de las expectativas normales que tiene todo ciudadano para aspirar a destinos públicos no solo de elección popular, sino a otros no menos importantes dentro de la conducción del Estado. Por este camino es fácil concluir que el arte de gobernar se traduce en la organización de la idolatría.

En efecto, alrededor de estos personajes nefastos comienzan a tejerse mitos, dependencias, necesidades u oportunidades que manejan a su antojo y arbitrio, pues el origen de sus cargos no fue producto de un proceso libre, espontáneo y de sana competencia como debe ser el ejercicio de la democracia sino de una imposición caprichosa y amañada. Llegan a extremos tales que nos permite recordar la expresión de Luis XIV de Francia cuando la muerte le libró de Mazarino “De ahora en adelante yo seré Mi Primer Ministro”.

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