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Samuel Chalela
Viernes 15 de junio de 2018 - 12:00 PM

Suficiente ilustración

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Pongámonos en perspectiva, es simple, quedamos ante una elección de segunda vuelta con dos opciones sobre las que se formulan muchos reparos y serias objeciones, pero toda la información está disponible, el que quiera ver que lea y vea.

No solamente los votantes de centro que quedaron a la deriva con la derrota de sus candidatos en la primera ronda tienen dudas. Las opciones Duque o Petro dejan entre muchos de sus respectivos seguidores insatisfacción por algo: su candidato, su equipo, su visión respecto a uno u otro tema, los que los apoyan etc.

Pero más allá de todo eso, lo que está en juego es la democracia, su defensa, su preservación futura.

En Colombia, el voto no es obligatorio y eso deja fuera de lugar la oleada de insultos e improperios, para los que han decidido albergarse en la abstención o en el voto en blanco, que también son opciones con contenido político. Empezar por renunciar auténticamente a la uniformidad, a la unanimidad, es defender un principio democrático con el que ya descartamos los autoritarismos.

Lo otro es recordar que la base esencial del juego es que nadie, por contundente y claro que sea su mandato, está por fuera de un sistema de poderes equilibrado con pesos y contra pesos, sometido a la ley, al control político, a la decisión de los jueces. Nos concentramos en las personas, porque damos por sentado esto último, pero ante cualquier mensaje confuso al respecto hay que volver al principio esencial: nada ni nadie puede poner en peligro nuestra idea republicana, civilista y democrática del Estado. Ahí estuvo el error de Venezuela. El mesianismo, la omnipotencia, el debilitamiento de los contrapesos y la idea de acomodar la ley para abrir paso al poder de un gobernante es el peor mal en una sociedad moderna, es anacrónico y autodestructivo.

Por eso, sí importan y preocupan las malas compañías y los sesgos autoritarios, y sí alivia que haya un compromiso con la Constitución actual y que se descarte explícitamente la idea de concentrar el poder. Es preferible un presidente imperfecto, pero controlado por los demás poderes públicos, con oposición activa y crítica libre (prensa y partidos), que un supuesto héroe que pretenda ser autócrata, mandar sobre el Congreso, gobernar sin oposición y sin crítica por el ya conocido camino de los atajos.

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