viernes, 24 marzo 2023
lunes 13 de junio de 2022 - 12:00 AM

Colombia: emociones, bienestar y desarrollo

Como bien han notado algunos investigadores, desde los estados monárquicos, pasando por los estados de corte fascista y los comunistas, hasta llegar a los estados liberales, todos ellos se sustentan en una cultura de emociones característica. En ese sentido, unos estados tienden a jugar más con la adoración, otros con el miedo y otros con la rabia o la esperanza de sus ciudadanos. Querámoslo ver o no, todos los proyectos políticos se encuentran apoyados en emociones, de las cuales depende, en parte, su viabilidad y conservación.

En este contexto, la postura de Martha Nussbaum, profesora en Harvard, Brown y Oxford, no resulta especialmente novedosa. Con todo, algo muy interesante y enriquecedor de su trabajo estriba en dos puntos que no deberían dejar indiferente a democracias como la nuestra. En primer lugar, por la defensa que hace Nussbaum de ciertas emociones que han permanecido olvidadas y a las que no se les ha reconocido todo su potencial político. En segundo lugar, por el énfasis que hace en modelos que midan su desarrollo en el crecimiento económico pero también –y esto es lo más importante–, en un desarrollo humano paralelo.

Y mientras que las emociones que Nussbaum asocia a una democracia funcional son el amor, la conmiseración o la solidaridad, en oposición al miedo, la envidia, la vergüenza y cierta clase de enfado, el tipo de sociedad por el que ella aboga es uno donde el desarrollo no se mide exclusivamente por medio de indicadores económicos como el PIB, sino a través de una gran variedad de objetivos en salud, educación, derechos, libertades o calidad medioambiental. En el fondo todos lo intuimos: la riqueza material es importantísima pero el cuidado del medio ambiente, y el bienestar y la felicidad de la gente no lo son menos. Con una población infeliz y en malestar, y con un país destruido y contaminado, cualquier proyecto común se vuelve insostenible en el tiempo.

Para no ir muy lejos, baste con pensar el caso de Colombia. ¿Cómo es posible que en un país “rico” como el nuestro se den casos como el de La Guajira o Buenaventura? Durante los últimos 20 o 30 años hemos estado creciendo económicamente, lo cual es algo destacable. Sin embargo, si ese crecimiento no se ha traducido en bienestar para los más desfavorecidos algo se está haciendo mal. De la corriente que sean, todos los gobiernos deberían hacer un mea culpa. Y mientras tanto cabe preguntarnos: ¿son las emociones que promueven nuestros partidos y líderes políticos afines a un estado democrático saludable o más bien a uno autoritario? ¿A qué clase de gobierno le interesa azuzar el miedo y a cuál la solidaridad o la fraternidad?

Simón José Ortiz Pinilla
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