Jean Cocteau recordaba una antigua historia persa: un jardinero real le había pedido ayuda a su príncipe y le había rogado que le dejara unos caballos para huir de ese lugar. Se había encontrado a la Muerte en el jardín y ella le había hecho un gesto extraño, por lo que quería esconderse en Ispahán.
Más tarde, paseando el príncipe, se encontró a la Muerte y la interpeló, ansiando saber por qué le había hecho un gesto amenazante a su sirviente. La Muerte, respondiendo, dijo que no era un gesto de amenaza sino de sorpresa; por la noche tenía que ir a Ispahán a cobrar su vida y le extrañaba encontrárselo, de mañana, tan lejos de allí.
Borges, recogiendo otra historia oriental (de Las mil y una noches), refiere un hecho igual de asombroso. En El Cairo un hombre soñó con una figura que, dándole una moneda, le decía que su fortuna estaba en Ispahán y que debía ir a buscarla. Habiendo ido, y habiéndose quedado dormido cerca de una casa asaltada, fue tomado por un ladrón y apresado. Después de que el capitán de los guardias le diera una paliza, lo interrogó y le preguntó quién era. Él, optando por la verdad, confesó que había ido hasta allí dándole crédito a un sueño que, ahora lo sabía, era vano.
El capitán se rio y lo llamó necio. Tres veces había soñado él mismo con una casa en El Cairo que, bajo la higuera del patio, escondía un tesoro, pero por suerte no había llegado a creer en semejante espejismo. «Que no te vuelva a ver», le dijo, dándole unas monedas para el regreso. El apaleado cairota se dio cuenta de que la casa con la que había soñado el capitán era su casa. Volviose entonces y, sin dejar de dar gracias a Alá, desenterró el oculto tesoro.
Tantos rodeos misteriosos para siempre llegar a donde tenemos que llegar. Y como creo que no hay nadie que no ansíe dar con su refugio o su tesoro, nadie que no huya de sus miedos o busque su fortuna, no