jueves, 30 noviembre 2023
martes 21 de noviembre de 2023 - 12:00 AM

Editorial

Cada aguacero nos muestra en qué fallamos

Estas recurrentes situaciones caóticas que ocasiona la naturaleza no son producto de un designio divino, sino todo lo contrario, son resultado de la negligencia, la incompetencia o la indolencia de las administraciones de todos los municipios

Una vez más, como consecuencia de un fuerte aguacero, la ciudad y varios puntos del área metropolitana, literalmente hacen aguas, pues las inundaciones se repiten por decenas y crean toda clase de inconvenientes a los conductores de vehículos particulares, los usuarios del transporte público, e incluso a los peatones que en muchas partes encuentran también obstáculos y peligros, como paredes de viejas casonas abandonadas, o deslizamientos y derrumbes en zonas de alto riesgo a lo largo y ancho de la frágil escarpa, especialmente en la zona occidental de la meseta.

Y aunque muchos suelen reclamarle al Creador por sus infortunios, lo cierto es que estas recurrentes situaciones caóticas que ocasiona la naturaleza no son producto de un designio divino, sino todo lo contrario, son resultado de la negligencia, la incompetencia o la indolencia de las administraciones de todos los municipios conurbados que, una tras otra, van pasando por gobiernos en sus localidades a los que estas endémicas fallas sencillamente no les importan. Por eso se ha vuelto normal lo que ni siquiera debió ocurrir una sola vez y es la idea de que somos víctimas de los elementos, como si fueran castigos del destino.

Por esa irresponsabilidad heredada de uno a otro alcalde es que siempre hay inundaciones en La Españolita, en Piedecuesta; en el deprimido del Mesón de los Búcaros, en la carrera 15 con Avenida La Rosita, en prácticamente todos los retornos de la vía entre Bucaramanga y Girón, en la autopista a Floridablanca; por ese abandono administrativo es que se caen paredes o casas enteras, se derrumban muros de contención, salen de funcionamiento los desuetos semáforos, se caen grandes ramas de árboles no intervenidos a tiempo para evitar accidentes y cientos de percances más, que no pocas veces son tragedias y que nos muestran con cada lluvia fuerte el grado de atraso en que vivimos.

Porque el subdesarrollo no es solamente que las obras queden mal hechas, sino que nadie reclame, ni se reconocen responsabilidades, ni se aplican pólizas, ni se corrigen los desperfectos, lo que deja al ciudadano a su suerte, en manos de gobernantes inoperantes. El atraso también provoca que no haya denuncias ni sanciones a quienes entregan obras públicas en malas condiciones, por ineptitud o por corrupción, pues a la ineficacia de los gobiernos y la laxitud de los contratistas, se suma la complicidad de los organismos de control y el silencio de una comunidad que no reacciona, por creer que estamos condenados a vivir en el subdesarrollo físico y mental.

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